CAPÍTULO 95

Michael estaba junto a la chimenea, de espaldas a su hijo, y las llamas proyectaban sombras danzantes por la habitación. Se giró lentamente, con ojos fríos e implacables.

—Me abandonaste, ¿verdad? Dejaste que tu propia sangre se pudriera. —escupió Alejandro, su dolor enmascarado por un barniz de ira.

—¿Sangre? —La risa de Michael era seca y carente de diversión. —Dejaste de ser mi hijo cuando elegiste tu camino. Desde que Sebastián murió, me he quedado sin ningún hijo sobre la tierra.

—Correcto, porque darme la espalda es lo que hace un verdadero padre. —se burló Alejandro, la amargura en su voz, cortando la atmósfera acalorada como un cuchillo.

—Fuera. —ordenó Michael, su postura inquebrantable, sus ojos sin dejar los de Alejandro—. Mi nieto Bastián será quien ocupe mi lugar.

—Bien. —siseó Alejandro, sus planes de venganza ardiendo más brillantes que nunca. —Solo recuerda, tú eres quien me dejó sin nada. Y nada es exactamente lo que obtendrás de mí, pero algo más, sabes quién se en
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