Kevin (I)

—¡Sopa de caracol, eh! —cantó demasiado alto, Ricky, mi estúpido mejor amigo. Quise golpearlo. El desgraciado rio—. ¡Qué nivel de concentración! Tirado en tu cama y ni notaste mi entrada. Asumo que en nada bueno andabas con ese celular.

Su afirmación me sacó una carcajada porque, debí darle la razón. Sin embargo, me levanté a empujarlo por idiota.

—¡A ti qué te importa!

—¡Claro que me importa, Kevincito! —contestó abrazado a mi espalda con su voz dramática y hasta besó mi hombro— ¡Todo de ti me interesa!

—¡Ya suéltame, idiota!

Conseguí empujarlo y le escuché reír conforme se apropió de mi cama, probaba pases de pecho con el balón contra la pared. Me senté ante el computador para realizar una investigación veloz sobre el sujeto de Grindr con el cual hablé. No resultó difícil, en cuanto mi mejor amigo vio la foto que recién recibí, por primera vez fue de utilidad:

—¿Qué haces con la fotografía de Omar Rubio?

—¡Oh, lo conoces, qué buena señal! —Tecleé el nombre completo del sujeto y podría jurar que escuché una máquina registradora sonar— Vaya, vaya, ¡cachin, cachin! ¿Qué tenemos aquí? Así que dueño del buró de abogados más aclamado de Santa Mónica…

—¡No te atrevas! —sentenció Ricky, hasta tuvo el atrevimiento de cerrar la ventana del navegador y girar mi silla para tenerme de frente.

«Allí vamos, de nuevo», pensé con fastidio porque supe que era momento de ese espacio del día que bauticé “el sermón de P**e grillo”. En realidad, amaba a ese tipo, podría decirse que es mi hermano, aunque no de sangre, pero ninguno de sus discursos conseguiría cambiar mi parecer.

Utilizaba SugarDate para captar a mis dinos y ya que el último fue muy generoso antes de salir del país con su esposa e hijos, no me vi en necesidad de buscar otro.

Pasaba el rato en Grindr, actualizaba mi álbum especial con cíclopes no solicitados que los tipos enviaron a mi buzón, allí puntuaba del uno al cinco, aunque ninguno superó el dos. Creían que un selfie de sus pitos torcidos, pellejudos o recontra peludos sería algo tentador, siempre me hizo gracia. 

No buscaba un cisne entre tanto patito feo desesperado por meterla o que le den, pero este sujeto apareció de repente en mi radar, su presentación me causó algo de ternura: “Soy nuevo en esto de las plataformas, no conozco mucho o mejor dicho, nada de este mundo y durante años he sentido esta curiosidad dentro de mí, quisiera experimentar, pero a la vez tengo miedo”.

Vi su foto de perfil y pensé que no estaba nada mal, menos para la edad: cincuenta y tres. No mostraba el rostro, solo torso, pero ¡qué cuerpo! Sendos brazos reposaban cruzados sobre su abdomen plano, un amplio y duro pecho salpicado de vello, algunas venas le marcaban los antebrazos y bíceps, además, si eso que portaba en su muñeca izquierda no era un Rolex de oro, definitivamente yo no disfrutaba mi trabajo…

—Quieto, vaquero —le dije en bajo a esa parte de mí que se movió en mi pantalón, pude darle la debida atención, pero escogí escribirle a don sexi.

De aquello, pasaron algunos días y hablábamos casi a diario, él reía bastante con mis idioteces, regla de oro aprendida en el oficio: mátalos de risa y el resto es historia. Justo antes de la abrupta irrupción de mi mejor amigo, Omar decidió mostrarme su cara y así acabé en medio de esa tediosa charla con Ricky.

Yo no dejaría mi “lucrativo negocio” por nada ni nadie, mucho menos debido a una sarta de regaños suyos. Siempre hacía lo mismo: llamarme a la reflexión. Por un momento, recordé aquel día que llegué a clases en mi hermoso descapotable, mismo que gané con el sudor de mi esfuerzo y trasero. Mientras todos nuestros amigos de la universidad celebraban conmigo, P**e grillo observó con reproche, aunque la simulación de mamada que realizó en cuanto ellos pidieron explicación, me sacó una buena carcajada.

Contemplé atento a P**e grillo con un intento de seriedad porque estaba a nada de reírme:

—Conozco al señor Rubio, es un buen hombre. 

Habló con un gesto compasivo que a cualquiera le tocaría el corazón, pero yo me encogí de hombros y apreté la boca como una señal de: “lo siento por él, amigo”. Ricky golpeó mi hombro antes de seguir. 

—Dirige el equipo legal de Murano y tú no quieres provocarle algún problema a Lio, ¿cierto?

—Donde pongo el ojo, pongo la bala, ¿lo sabes, cierto? —contesté sonriente, él comenzó a batir la silla y ya no pude dejar de reír—. Ricky…

—¡Kevin, tienes que parar con esto! Te meterás en un problemón y quizás a él también.

—Háblame de lana, plata, pasta… tiene harta, ¿verdad?

—Kevin, basta, ¿por qué haces esto? Ya no eres ese chiquillo…

—No digas mamadas, Rico —lo interrumpí de golpe y me puse de pie para pasar de él. La investigación tendría que esperar.

Decidí ir por mi toalla y dirigirme al baño común de la residencia. P**e grillo me siguió, no desistía en su sermón, aunque era consciente de mi nula atención, hacer fila solía impacientarme.

—¿Lo ves? Este es el motivo, Rick. ¡Odio tener que esperar si quiero ducharme o cagar! ¡Y eso que estamos en verano! —le dije fastidiado. 

Sin embargo, sonreí galante para el grupo de chicas que cuchicheaban al pasar, muy probablemente acerca de mis pectorales expuestos a los cuales hice saltar como parte del saludo.

—No puedes quejarte —le escuché decir a P**e grillo mientras ellas me devolvían algunas risitas, luego volví a mirarlo—, al menos tienes chicas aquí para escoger.

—¿Y eso qué, P**e? Con mi propio depa tendría un lugar privado al cual llevarlas. ¿Tienes idea de la pesadilla que resulta coger en este sitio?

—¡Es parte de la experiencia universitaria! —respondió muerto de risa y le devolví un empujón— Tu sueño era estudiar enfermería en la U, bueno, ¡aquí estás! La mayoría no tiene habitación propia.

Sonreí con algo de nostalgia porque en esa parte debí darle la razón. Cumplía mi sueño de la infancia y gracias a que él casi nunca estaba; ya fuese por sus empleos, clases o simplemente por dormir en casa, el lugar era para mí. Sin embargo…

—Amaría la experiencia con algo de privacidad.

—Siempre puedes venir a casa el tiempo que gustes, solo digo.

Sonreí antes de, al fin, entrar a los baños. Cerré la puerta tras de mí para dejar fuera a mi estúpida y sonriente conciencia de afro turquesa.

Se contaban unas diez duchas sin puertas con apenas divisores laterales para separarlas entre ellas. El trasero de cada uno era de conocimiento público. Pensé en las palabras de Ricky conforme el agua me empapaba.

Siempre he sido bienvenido en casa de sus padres, su familia casi es mía. Este idiota se sacó la lotería con Lio, dueño de Murano, la segunda mejor constructora del país, el tipo era como un padre para mí y años atrás se casó con su madre.

A pesar de eso, el imbécil escogía llenarse con trabajos temporales o de medio tiempo en lugar de disfrutar los placeres del dinero de su padrastro. Yo me harté de eso, cientos de trabajillos a lo largo de mi vida y todo para qué, ¿sobrevivir? Solo conseguí estabilidad el día que decidí sacarle provecho a mis encantos.

Cerré el agua. Comencé a secarme el cabello que obstruía mi vista, luego de llevarlo hacia atrás noté a un par de chicos con la mirada fija en mi desnudez o, para ser exactos, disimulaban que me vieron el paquete.

—¿Quieren una foto, amorcitos? Dura más, pero no son gratis —les dije antes de envolver mi cintura con la toalla y dirigirme al espejo donde sonreí por verlos desaparecer, apenados. El resto rio a carcajadas. 

«Quizás debería cortarlo», pensé con la vista fija en el reflejo, mi cabello rubio oscuro suelto ya me impedía la visión, sin embargo, recordé las palabras que Robert Ferro —un tiktoker modelo a quien admiro—, solía decir: “¿Para qué cortar si no sos militar? Podés moldear y darle estilo”. Descarté la idea del mismo modo que lo hice con rasurarme, dejé que la incipiente barba poblase mi mandíbula, me gustaba lucir mayor, odiaba parecer niñato de veinte; solo removí el vello del bigote porque no, así no. Luego de atarme el cabello en una mini coleta alta, salí sonriente del baño, repartí algunos guiños a las chicas que me veían con cara de enamoradas.

Pero la frescura del baño y risitas coquetas en el corredor se disiparon al regresar a la recámara y encontrar a P**e grillo con mi teléfono. Él, que siempre me prohibió el suyo, irónico.

—¡¿Qué crees que haces, idiota?! —exigí en alto. Arranqué mi celular de sus manos y fui hacia la cómoda por ropa.

—¿Veinticinco? A ver, Kevincito, ¿me dormí en una máquina del tiempo y no lo recuerdo o qué? —La ironía bailó en sus palabras mientras indagaba, por lo cual reí al vestirme— Según sé, yo te saco un año.

—Ay, ya, Rick, no arruines la diversión. ¿Crees que me daría bola si sabe que tengo veintiuno? No lo creo.

—¡Debes detener esto!

—Está bien —le dije en un tono bajo mientras sostenía su rostro entre mis manos y le hacía ojitos al estilo de Gato—. Tú ganas, me has hecho recapacitar. 

Ricky sonrió y yo le devolví un malicioso gesto.

—Pero primero una cita con el dino. 

—¡Aaaagh! ¡Eres un hijo de puta!

—Dime algo que no sepa… 

Ricky me abrazó fuerte y procedió a disculparse muchas veces conforme apretaba. Quise apartar a la chinche turquesa, pero me rendí, una sensación vertiginosa se alojó en la boca de mi estómago; de repente algo nubló mis ojos, escogí cerrarlos para mitigar lo que sentí y cada molesta imagen que apareció en mi cabeza. Correspondí a su gesto. 

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