¿Me atrae?

Punto de Vista Maximiliano

Recorrimos los pasillos del centro comercial, y Madison actuaba como una niña emocionada en una juguetería. Seleccionó montones de ropa, accesorios, maquillaje y perfumes sin freno. El gasto no me preocupaba; lo que sí me inquietaba era esa extraña sensación que llevaba conmigo desde el momento en que la vi por primera vez.

Mi mejor amigo siempre insistió en que existía algo llamado “química”, que si conocías a alguien con quien la tuvieras, esa persona se apoderaría de tus pensamientos día y noche. Nunca le creí. A mis treinta años, ninguna mujer había logrado eso conmigo.

Hasta ahora.

Allí estaba ella: hermosa, vulnerable, engañada, huérfana y sola, esperando que alguien como yo la rescatara de su miseria. Era el candidato perfecto para jugar al héroe.

Entramos a una exclusiva boutique de vestidos. Madison buscaba el atuendo perfecto para presentarse ante mi padre, y su emoción era palpable.

—¿Me das tu opinión? —me pidió apenas cruzamos la puerta.

—¿Opinión? No entiendo.

—Sí, Maximiliano. Ayúdame a elegir el mejor vestido para la ocasión.

—¿Yo? —respondí, desconcertado. Nunca había hecho algo así con una mujer.

—Sí, tú.

Sin esperar más, se lanzó hacia los estantes y comenzó a seleccionar modelos. Uno tras otro, se los probó mientras yo observaba desde un sofá frente al probador. Contra todo pronóstico, disfruté cada segundo. Su figura era impresionante: cintura estrecha, caderas discretas, senos perfectos.

Era un canalla por deleitarme con el espectáculo, pero no podía evitarlo.

—¿Te gusta este? —preguntó al cuarto intento.

Negué con la cabeza.

—No. Prueba otro.

La verdad era que todos me parecían perfectos, pero quería verla desfilar frente a mí, admirar su piel pálida contrastando con los colores de los vestidos. ¿Qué diablos me pasaba?

Probó al menos diez más, y aunque mi respuesta fue la misma, habría comprado el primero con tal de seguir mirándola. Finalmente, exhausta, se desplomó a mi lado.

—El problema no son los vestidos, Maximiliano. Soy yo.

Apoyó los codos en las rodillas y ocultó el rostro entre las manos, dejando su escote más expuesto. Aproveché mi altura para espiar sin que notara mi mirada codiciosa. Solo alcancé a distinguir el borde rosado de sus pezones.

Tragué saliva, incómodo conmigo mismo. Nunca había sido un hombre vulgar, pero después de dos horas de aquel desfile, ¿cómo negar el deseo? Me levanté, frotándome el entrecejo para disimular.

—Llévatelos todos y sorpréndeme ese día.

—¿Qué? —Alzó la vista, desconcertada.

—Sí, todos están bien —dije con seriedad, necesitando poner distancia—. Vámonos, tenemos pendientes.

Asintió en silencio. Pagué sin vacilar, disfrutando secretamente aquellas seis horas de compras que, aunque excitantes, me obligaban a alejarme de ella antes de perder el control.

Sullivan, Madison y yo cargamos las innumerables bolsas hasta la limusina. Durante el trayecto, evité hablar, mirarla o incluso respirar demasiado cerca. Mi cuerpo reaccionaba al menor estímulo.

—¿Estás enojado conmigo, Maximiliano? —preguntó minutos antes de llegar a la mansión.

—Claro que no. Tengo asuntos pendientes. Volveré esta noche, ¿de acuerdo?

—Sí, por supuesto. No tengo nada que objetar.

La ayudé a descargar todo y la dejé dentro, encargando a Migdalia que la asistiera.

—Sullivan, llévame a Las Vegas —ordené.

—Como ordene, señor.

Me coloqué los lentes de sol y me dirigí a mi refugio, el único lugar donde mis deseos más oscuros eran bienvenidos. Solo necesitaba dinero y disposición.

Media hora después, estaba frente a un discreto club que, tras sus puertas de madera maciza, escondía los vicios de los hombres más poderosos de la ciudad.

—Gregory, viejo amigo —saludé al único hombre en quien confiaba.

—Maximiliano, qué gusto verte —respondió con su acento francés.

—Necesitaba venir. Urgencias.

—No me digas, hermano. Aunque yo también me escapé. Mi esposa, con ese vientre enorme, no me deja fantasear con nadie más.

Lo miré con reproche.

—No soy quien para juzgarte, Gregory, pero deberías cuidarla. No está bien que andes aquí mientras ella está a punto de parir.

—Cuando nazca el bebé, todo cambiará. Ella es mi reina. Pero dime, ¿cuándo te casarás? Quiero un ahijado.

—Pronto, hermano. Muy pronto.

—¿En serio? —sus ojos se abrieron como platos.

—Sí, pero es solo un contrato. Te cuento después. ¡Que traigan whisky! —grité, cambiando de tema.

—¡Brindemos por el futuro matrimonio de mi amigo! —exclamó Gregory, siguiéndome el juego.

Unas copas después, dos rubias curvilíneas se acomodaron en nuestros regazos. Chantal, la mujer que me atendió esa noche, tenía unos senos exuberantes y pezones rosados que asomaban bajo su lencería. Al verlos, recordé el fugaz vistazo que tuve de Madison y me sentí miserable.

Ella era la razón por la que necesitaba desahogarme.

—¿Te gustan? —preguntó Chantal, apretándoselos y acercándoselos a la boca.

—Sí, son preciosos.

—Por esta noche son $5000.

—Te doy $15,000 si me dejas follártelos.

Encantada, me lamió la mejilla y mi cuerpo respondió al instante. Me guio hacia una habitación con una cama cubierta de seda roja, donde se desnudó por completo.

Aunque su cuerpo era obra de cirugías, era irresistible. Nunca besaba a las mujeres con las que pagaba por placer, pero esa noche, la necesidad me hizo desear chupar sus pechos.

—Arrodíllate —ordené.

Chantal obedeció, liberando mi erección con manos expertas.

—¡Vaya! —exclamó—. ¿Quieres que te lo chupe?

—Para eso pagué.

Sin dudar, la tomé de la cabeza y la obligué a tragármelo entero. Observé cómo luchaba por acomodarlo en su garganta, indiferente a sus lágrimas.

—¿No te gusta? —preguntó al detenerme,  y mirarme con su maquillaje corrido.

—Me encantó. Pero ahora quiero tus tetas.

Apretó sus senos alrededor de mi miembro, pero entonces sucedió lo inesperado: la imagen de Madison invadió mi mente. Su figura, sus pezones rosados, su piel bajo los vestidos. La excitación alcanzó un nivel insoportable.

Mientras follaba los senos de Chantal, imaginé que era ella. Gemí tan fuerte que debieron oírme fuera. Cuando finalmente exploté, fue el orgasmo más intenso de mi vida.

Pasé la noche bebiendo con Gregory, enredándome con otra mujer después, como si fuera mi despedida de soltero. Pero por más que intenté ahogarlo, Madison seguía en mi cabeza.

No entendía qué me ocurría, pero ella me tenía completamente confundido.

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