Punto de vista Madison
Maximiliano guardó silencio, sus ojos grises estaban clavados en mí. Intenté sostener su mirada hasta que mis pupilas comenzaron a dilatarse. ¡Qué locura! Dentro de mí se libraba una batalla: por un lado, el deseo de que Manuel sufriera, incluso si eso significaba casarme con su tío; por otro, la repulsión ante la idea. Compartían la misma sangre, y la sola posibilidad de acercarme a él de esa manera me perturbaba.
—Eres muy hermosa —dijo de pronto, rompiendo el tenso silencio. Sorprendida por su comentario, tragué saliva y negué con la cabeza.
—¿Perdón? —Demasiado hermosa para haber estado comprometida con ese imbécil de mi sobrino. Sus palabras me dejaron sin aliento. ¿Por qué alguien como él diría algo así? Quizá solo era lástima. Después de todo, mi dolor era evidente. —No sé qué decir, señor Ferrer… —La voz se me quebró antes de poder continuar. —No hace falta. Por ahora, ocúpate de conseguir lo necesario. En una semana anunciaremos nuestro compromiso y te presentaré en casa de mi padre como mi futura esposa.¿Una semana? ¿En serio? —Es muy pronto. Hace apenas tres meses que terminé con Manuel. —¿Y? Él ya anunció su nuevo compromiso, aunque dudo que vaya a casarse. Solo quiere asegurar la herencia de mi padre —Maximiliano puso los ojos en blanco. Una mueca sarcástica se dibujó en mis labios. —Usted también me está usando, señor. Esto no es más que un trato. De nuevo, su mirada gris se fijó en mí. ¡Lo arruiné! —Perdone, no quise… —balbuceé, avergonzada, pero él solo sonrió, mostrando una dentadura perfecta. —Tranquila, Madison. Es cierto, pero la diferencia es que yo te daré todo lo que desees: un salario, lujos… y felicidad. Sus palabras me desconcertaron. ¿Cómo planeaba hacerme feliz? El dinero no lo era todo. —Bueno, señor Ferrer, espero que nuestro negocio sea beneficioso. —Ya te dije que no me llames así —respondió, con el semblante algo tenso. —Es que apenas nos conocemos. No es fácil entrar en confianza así. —Tendrás que acostumbrarte. Solo tenemos una semana antes de presentarte ante los Ferrer —sus ojos brillaron al decirlo—. Gracias por aceptar.Yo soy la que debería dar las gracias, pensé. Ni siquiera tenía qué comer. —Gracias, Maximiliano. Entonces… ¿cuándo empezamos? —Ahora. Vamos a comprar lo que necesites. A partir de hoy, vives conmigo. —¿Qué? No, debo recoger mis cosas del hotel. Tengo una vida. Él alzó una ceja con escepticismo. —Según tengo entendido, solo te queda ropa. Vendiste tus ahorros y tu apartamento para pagar la boda con Manuel, mientras él no soltó ni un centavo. ¡Qué mezquino! Y eso que los Ferrer nadan en dinero. Si pretendía consolarme, no lo logró. Solo avivó mi rabia. —Cosas que hace una mujer enamorada —respondí con frialdad—. Pero nunca es tarde para empezar de cero. —Lo entiendo. Nunca me ha pasado, pero te comprendo —asintió—. ¿Lista? Acompañé mis pasos a los suyos, sintiéndome como una sombra detrás de él.La ostentosa limusina nos esperaba. Al subir, mis manos temblaban. Me sentía diminuta entre tanto lujo. Esto no podía ser real. Tenía que ser un sueño… o una pesadilla.
Maximiliano revisó su teléfono con displicencia. Por respeto, desvié la mirada hacia la ventana. No necesitaba saber más de él. Era un Ferrer, y eso ya lo decía todo.
El vehículo se detuvo en el corazón de Rockefeller, frente a las tiendas más exclusivas de la ciudad.
—Espera aquí —ordenó Maximiliano al conductor antes de tenderme la mano para ayudarme a bajar.
—Gracias —sonreí, nerviosa. —Ahora, vamos a convertirte en la prometida de Maximiliano Ferrer —declaró con seguridad.Caminamos entre la multitud, y ante tanta opulencia, no pude evitar desearlo todo. Si mi excéntrico “prometido” quería complacerme, no me detendría. Nadie lo había hecho antes. Esta vez, haría que me valorara.