La gente del bosque.

Sebastián tuvo un irremediable instinto de transformarse y atacar, pero por más que lo intentó no pudo llegar a sacar su lobo de donde estaba oculto y tuvo que aguantar el impulso de atacar a los seres extraños que se cernían sobre ellos.

Eran extraños, a pesar de su común aspecto humano, por lo menos media decena, tenían cuernos en la cabeza agachados hacia atrás, como carneros, unos más largos que otros y las caras llenas de tatuajes extraños en forma de enredaderas.

La gente del bosque, a lo largo de la historia habían sido llamados de miles de formas: brujas, hechiceros, hadas. Una de ellas tenía unas amplias alas de libélulas que brillaban reflejando la luz del atardecer.

— No queremos problemas — les dijo Aleck poniéndose de pie y metiéndose entre ellos y Sebastián, para protegerlo, pero él lo vio como que lo hacia para que no se metiera en problemas y eso aumentó su malgenio.

— Osan irrumpir en nuestros bosques — le dijo uno de ellos dando un paso al frente, tenía los cuernos de un color blanco como el marfil — y no de forma accidental, ese transformista sabía bien a donde los guiaba.

— Lo sabemos — les dijo el vampiro, Sebastián se puso de pie y observó a todos los seres con desconfianza — venimos por su ayuda, una ayuda de vida o muerte.

— Pues tendrán que regresar por donde vinieron — les contestó, Sebastián dio un paso al frente.

— Queremos hablar con su señor el cuervo — dijo, con un tono más de orden que de por favor y Aleck lo miró con enfado.

— Por favor, disculpen a mi amigo, tenemos urgencia — la palabra amigo en los labios del menor le cayó a Sebastián como una bofetada, pero, ¿acaso él mismo no había dicho que no eran novios?

— El cuervo no recibe a nadie — les dijo el hombre — les damos esta oportunidad para que regresen con sus cuerpos completos y nunca regresen.

— Es algo que les incube directamente a ustedes — les dijo Aleck y el hombre, si se le podía llamar hombre, soltó una risita con sus perfectos y afilados dientes blancos.

— Los problemas de los humanos y de las demás especies de submundo no nos incumben — dio la vuelta, así que Aleck caminó tras él, pero los demás que estaban con el hombre levantaron las manos y orbes de colores brillaron en la oscuridad que comenzaba reinar en el lugar. Aleck se detuvo en seco y Sebastián apretó los puños.

— ¿Y cuando la guerra toque sus puertas? — les preguntó el vampiro.

— Sabemos defendernos — le dio el hombre — ahora lárguense antes de que…

— No dudo que sepan defenderse — el hombre pareció enojado por la interrupción, pero dejó hablar al vampiro — pero cuando Jábico llegue no quedará nada de ustedes — el hombre levantó el mentón y luego le dio la espalda, pero la muchacha que tenía alas de libélula avanzó hasta Aleck y levanto la mano, los orbes de luz desaparecieron y el bosque se llenó de oscuridad, pero las alas de la muchacha brillaban, como si emitieran luz propia, pero Sebastián logró ver como iluminaban con los colores del atardecer que se perdía en el horizonte. Sus alas reflejaban hasta la última gota de luz del ambiente.

— Jábico ya no existe — le dijo ella al vampiro — Moira Becker, Elisa Valencia y Ana Avendaño se encargaron de él — no era la primera vez que Sebastián escuchaba esos nombres, tenía un básico conocimiento sobre las mujeres, pero al parecer eran bastante populares en el submundo, para dos de ellas ser humanas.

— Eso creíamos todos, pero los laboratorios Jábico son un cáncer y están de vuelta — Aleck hablaba despacio, como si estuviera frente a un toro a punto de atacarlo y creyera que con alzar el tono de voz pudiera hacer que los atacara.

— Si no quieren creer es su problema — les dijo Sebastián y Aleck le puso la mano en el pecho para que no avanzara.

— Ya cálmate — pero Sebastián estaba todo menos calmado.

— Larguémonos de aquí — dijo el lobo — ya será su problema cuando ellos vengan y les arranquen las alas — la gente del bosque permaneció en silencio y atentos a la discusión de los dos hombres.

— Ya calmate, ¿qué carajos te pasa? — Sebastián lo miró a los ojos, y la mirada de lástima que le lanzó Aleck lo enfureció más, tenía tanta rabia que creyó sería capaz de golpearlo. Él sabía que estaba mal, pero, ¿qué podía hacer para quitársela de encima que dejándola salir? Intentó deshacerse las manos fuertes del vampiro, pero él no lo soltó.

— Ya calmate, lo estás arruinando todo — le pidió el vampiro como súplica, pero el lobo forcejeó con él, le apuntó con el dedo a la mujer de las alas.

— Ustedes solo son unos cobardes, siempre escondidos mientras los demás luchamos por la seguridad de todos — les dijo con rabia, le ardía la garganta — esta es la última oportunidad que tienen de dejar su superioridad de m****a aparte y unirse a nosotros o perecer en su egoísmo… — tenía mucho de que decir, pero Aleck lo tomó del brazo, haciendo una llave fuerte y luego lo lanzó hacia uno de los árboles con tanta fuerza que desprendió la corteza.

Sebastián recibió el impacto apretando el cuerpo, y aunque ya no podía transformarse en lobo, sí que su cuerpo seguía teniendo bastante fuerza y resistencia.

Cuando abrió los ojos se puso de pie, tenía tanta rabia que los ojos se le pusieron calientes y las manos le temblaron, levantó la cabeza para atacar a Aleck, pero cuando lo miró a la cara se quedó paralizado. El muchacho estaba llorando, con los ojos enrojecidos y las lágrimas brillando sobre las mejillas, cuando le habló, tenía al voz rota.

— Regresarás ahora mismo al aquelarre con Exequiel — le dijo, aunque se notaba gran dolor en las palabras, Sebastián pudo notar que la orden no admitía negativas. Todos lo miraban y por primera vez en el día no sintió rabia, se sintió sucio y culpable, estúpido. Avanzó un paso hacia Aleck, pero él le dio la espalda — espero que disculpen la actitud de este hombre — Sebastián sintió una puñalada, ya no era “amigo”, ahora solo era, “este hombre”

Dio la vuelta y se alejó, regresando por le camino que habían recorrido para llegar allí «qué me pasa» se preguntó, el corazón le palpitaba con fuerza. Había estado a punto de atacar a Aleck, hacía apenas unas horas que había entregado su vida por la del vampiro, ¿qué le estaba pasando?

Se había alejado lo suficiente como para que no pudieran oírlo, así que golpeó con el puño cerrado la corteza de un grueso árbol tantas veces y con tanta fuerza que le desprendió un pedazo, luego se sentó sobre una piedra y estregó el cabello castaño.

Tal vez si regresaba y le pedía disculpas a la muchacha libélula le permitieran aun estar, o tal vez tenía que pedirle disculpas a Aleck, claro que sí, a él tenía que pedirle disculpas. El vampiro podía alejarse, tomar a su madre e irse del país, Jábico no lo buscaría, pero estaba ahí, dialogando con otra especie para ayudar a su manada mientras él se estaba comportando como un tremendo idiota.

Era claro que la perdida de su lobo le había afectado más de lo que llegó a imaginar, pero esa rabia que tenía dentro no era capaz de arrebatársela con nada, y parecía que crecía cada vez más, ¿y si no era capaz de librarse nunca de ella?

Estaba ahí, con el corazón acelerado, cuando sintió un piquete fuerte en el cuello y cuando él lanzó la mano para aplastar al insecto se encontró con algo duro y largo clavado en su piel. Cuando lo retiró notó que era un dardo, hecho de madera delgada con plumas de colores y antes de que pudiera hacer cualquier cosa el cuerpo se le llenó de una pesadez extrema, tanto que cayó al suelo completamente paralizado.

Sobre el cielo voló algo, como un ave gigante que se posó sobre él y de reojo logró ver las grandes alas de cuervo que se sacudieron con violencia.

La persona lo agarró por la ropa y lo elevo en el aire como si apenas pesara un par de kilos, se lo llevó volando por la copa de los árboles y Sebastián solo pudo cerrar los ojos.     

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