Santiago cabalgaba de prisa, tenía terror de que los niños pudieran caerse, sobre todo de una yegua tan veloz y salvaje. Su corazón latía, estaba sudando. Desde niño sabía montar muy bien, su padre era un gran jinete, y lo había obligado a competir desde pequeño.
Allegra corría como atleta, quería volver a ver a Santiago y a los niños, no quería desgracias en su vida, descubrió que su corazón estaba muy golpeado por la pérdida de su madre, tenía mucho miedo de la muerte y de perder a quienes amaba.
Santiago iba a galope tendido, iba casi pisando el paso de la yegua, escuchaba los gritos de Lyla histérica, que con una mano se aferraba a la rienda y con la otra abrazaba al bebé con toda su fuerza, el bebé berreaba y Santiago creyó que le daría jaqueca. El hombre decidió acomodarse al lado de la yegua y se adelantó un poco, luego bajó la velocidad, para cuando se emparejó a la yegua, sostuvo con firmeza la rienda, mientras Lyla se aferraba abrazando la cruz del caballo.
Pronto, Santiag