Enrique sintió que el aire se le escapaba. Sus manos apretaron la carpeta, inseguro, expectante.
—¿No te veré? ¿por qué? —preguntó, buscando en sus ojos una verdad que ella no estaba lista para compartir.
—Asuntos de familia —respondió Leonela, cortante, su mirada desviándose hacia el espejo, como si temiera que él pudiera leerla demasiado bien.
Enrique negó con la cabeza, frustrado.
—No, no, no —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Sé que debes preocuparte por el dinero después del divorcio. No tienes que preocuparte por eso ahora. Todo será establecido en su momento.
Leonela frunció el ceño, sus pensamientos girando como un torbellino. ¿Por qué demonios este hombre cree que puede negociar los términos del divorcio? La idea de que Enrique pudiera estar escondiendo algo más, otra capa de secretos, la llenó de una mezcla de curiosidad y desconfianza. Pero en el fondo, la forma en que él la miraba, hacía que su corazón traicionara su resolución.
La carpeta, se convirtió en