El vestíbulo del Hotel Esmeralda, se convirtió en el nuevo campo de batalla. Cassandra irrumpió como un huracán carmesí, su vestido rojo sangre ondeando como una bandera de guerra, su cabello oscuro cayendo en ondas que parecían desafiar la gravedad. Los ojos de Cassandra, afilados como obsidiana, se clavaron en Leonela.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Leonela, su voz un látigo que ocultaba el cansancio de la batalla recién librada.
Cassandra sonrió, una curva cruel que destilaba veneno, como miel vertida sobre una navaja.
—Buscando unos trapitos sucios —dijo, su tono meloso pero afilado, cada sílaba un dardo envenenado—. Y, de paso, planeando mi boda. —Hizo una pausa teatral, su mirada deslizándose hacia Leonela con una mezcla de desdén y sospecha que cortaba como vidrio—. Parece que tu… prometido tiene más secretos que yo.
Leonela, con el corazón latiendo como un tambor de guerra, dio un paso adelante, su cuerpo vibrando de furia.
—No hables así de él, ¿quieres? —espetó, su voz temblando