Sin paciencia, Víctor sale de la habitación sintiendo la necesidad de buscar un lugar donde, al menos, pudiera intentar respirar hondo. Camina hacia el jardín de la casa, donde la brisa fresca de la noche acaricia su rostro y el cielo estrellado se abre sobre él, ofreciendo una tranquilidad que contrasta violentamente con el torbellino en su mente.
Se sienta en un banco, mientras sus ojos vagan por las estrellas, pero sus pensamientos permanecen presos en Marina. La imagen de ella sigue danzando en su mente, mezclada con la frustración que crece a cada segundo. «¿Qué estará haciendo ahora?», se pregunta, incapaz de apartar sus inquietudes. No sabe por qué Marina lo perturba tanto, pero hay una certeza incómoda que lo consume: no quiere que siga con su novio.
Cierra los ojos, intenta apartar los pensamientos, forzándose a concentrarse en cualquier otra cosa. La noche avanza y todos en casa ya duermen. Justo cuando su cuerpo comienza a relajarse, escucha el sonido suave del motor de un