A la mañana siguiente, Marina sigue su rutina habitual. Al bajar a la panadería, ya lista para ir al trabajo, se encuentra con su madre, que le lanza una mirada reprobatoria en cuanto la ve.
— ¿Adónde piensas que vas? — pregunta Daniela, sin disimular el tono de desaprobación.
— Al trabajo — responde con firmeza, intentando mantener la calma.
Daniela deja de atender al cliente y se gira para encarar a su hija directamente; la expresión de desagrado es evidente en su rostro.
— ¿Acaso olvidaste la conversación que tuvimos ayer? — cuestiona, cruzando los brazos, esperando una respuesta convincente.
Respirando hondo, Marina intenta organizar sus pensamientos.
— No, mamá, no lo olvidé — responde tranquila. — Pero todo lo que ustedes dijeron ayer no tiene sentido.
— ¿No tiene sentido? — Daniela alza la ceja, claramente indignada.
Antes de que pudiera continuar la discusión, el sonido de un coche llama la atención de ambas. Afuera, el coche de Víctor Ferraz se detiene frente a la panadería.