Es una mañana soleada de sábado, cuando Marina se sorprende al oír el timbre sonar. Va hasta la puerta y encuentra a Andressa parada allí, con una sonrisa acogedora en el rostro.
— ¡Andressa! Qué sorpresa —dice Marina, abriendo una sonrisa, aunque su mirada revela un toque de confusión—. ¿Viniste a buscar la maleta? Perdóname, todavía no la deshice.
— No te preocupes, Mari, vine a visitarte y a saber todo sobre tu viaje —responde Andressa, animada—. ¡Quiero escuchar todo sobre tu primera vez en avión!
Marina se relaja y abre más la puerta, invitando a la amiga a entrar. Las dos se abrazan brevemente antes de seguir hacia el interior de la casa. El ambiente es acogedor, con los rayos de sol entrando por las ventanas, iluminando los muebles de madera oscura de la sala y reflejando en las cortinas blancas.
— Vamos a mi cuarto, allí conversamos mejor —sugiere Marina, mientras Andressa la sigue.
Marina lleva a Andressa al cuarto, donde, además de ponerse al día, aprovecha para devolver la