El estruendoso sonido de una canción romántica resuena desde el cuarto de la joven Amelie, reverberando por toda la casa y llenando cada rincón con sus melodías intensas, imposibilitando cualquier intento de silencio. Ni siquiera Arthur, su hermano, logra concentrarse en los estudios, intentando en vano enfocarse en el libro de derecho constitucional que sostiene entre las manos.
Exasperado, suelta un suspiro pesado, cierra el libro con firmeza y se pasa la mano por el rostro, buscando paciencia. Después de unos segundos de reflexión, decide que ya es suficiente. Se levanta decidido y sale del cuarto, marchando hasta la puerta de su hermana. Sin siquiera tocar, la abre de golpe y entra sin ceremonia, dirigiéndose directamente al equipo de sonido junto a la cama de Amelie, con la clara intención de apagarlo.
—¡Eh! ¡No puedes hacer eso! —protesta Amelie, alzando la voz al notar la actitud de su hermano.
Arthur arquea una ceja, mirándola con seriedad, y su voz grave suena firme y autorit