Y así pasaron los días, y el viaje que habían planeado se convirtió en la luna de miel de sus sueños. Víctor llevó a Marina a conocer Francia, donde se maravillaron con la belleza romántica de París, pasearon tomados de la mano a orillas del Sena y brindaron por el amor bajo las luces de la Torre Eiffel. Luego siguieron a Italia, explorando las encantadoras calles de Roma, degustando auténticas pastas en pequeños restaurantes familiares y perdiéndose en el arte y la historia que cada esquina parecía contar.
Cada nuevo destino dejaba a Marina aún más encantada, no solo por la oportunidad de conocer lugares que jamás imaginó visitar, sino sobre todo por darse cuenta de cuánto se esforzaba él por hacer que cada momento fuera especial para ella. La forma en que cuidaba cada detalle, desde la elección de los hoteles con encanto hasta los pequeños gestos de ternura durante los paseos, hacía que ella se sintiera verdaderamente amada.
En Francia, él la sorprendió con una cena a la luz de las