Cuando la luz de la mañana invade la habitación, un pequeño rayo de sol alcanza el rostro de Marina, despertándola suavemente. Al abrir los ojos, se encuentra con la mirada de Victor, que la observa fijamente con ternura y amor.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta ella, pasándose la mano por el rostro, temiendo tener algo sucio.
—Estoy admirando tu belleza —confiesa él, con una sonrisa sincera.
—Para con eso —pide, avergonzada, mientras cubre el rostro con la sábana.
—Lo digo en serio, rubia. Eres tan hermosa que me dejas sin palabras —insiste él, aún sonriendo. —Me pregunto cómo serían nuestros hijos si heredaran tu belleza.
—¿Hijos? —repite ella, sorprendida por el comentario repentino.
—Así es. Tendremos hijos, ¿no es así? —pregunta, como si ya pudiera ver el futuro.
—Claro que sí —responde ella, suavizando la expresión del rostro. —Pero no tengo planes por ahora —añade con honestidad.
—Me alegra, porque yo tampoco —explica él, tomando su mano con cariño. —Creo que aún tenemos muchas c