Mientras observa a Marina desaparecer por el pasillo hacia su habitación, Daniela comienza a caminar de un lado a otro por la sala, claramente inquieta. Sus pasos son rápidos, y sus manos se mueven nerviosamente por el borde del vestido.
— ¿Escuchaste lo que me dijo, José? — pregunta, llena de indignación. — ¿Cómo puede hablarme de esa manera? ¡Soy su madre!
José, sentado en el sofá con una expresión tranquila, pero seria, observa los movimientos de su esposa antes de responder.
— Sí, la escuché — dice en un tono sereno. — Y, para ser honesto, no la culpo.
Daniela se detiene de repente, girándose hacia él con incredulidad.
— ¿Cómo que no la culpas? ¡Me echó en cara que confía más en un hombre que apenas conoce que en mí!
José suspira y se levanta del sofá para quedar frente a su esposa. Mete las manos en los bolsillos, un gesto habitual en él cuando intenta mantener la calma.
— Daniela, nuestra hija tiene razón — comienza con voz firme, pero sin agresividad.
— ¿Cómo puedes decir eso?