Mientras camina por la extensa casa, Víctor siente el silencio pesado a su alrededor, un vacío que resuena en las paredes y los amplios pasillos. Antes, siempre disfrutaba de su propia compañía; era un hombre acostumbrado a la soledad, con cierta comodidad e incluso orgullo. Pero ahora, ese mismo silencio que antaño le habría parecido acogedor se ha convertido en una presencia opresiva, casi cruel. La ausencia de Marina transforma cada rincón de la casa en un recordatorio estridente de que ella no está allí.
Sube las escaleras despacio, sintiendo el peso de cada paso, y se dirige al cuarto, donde encuentra la cama impecablemente arreglada por Marina antes de partir. Las sábanas lisas y el ambiente en orden enmascaran la intensidad de los momentos que ambos compartieron allí, como si el fin de semana no hubiera sido más que un sueño. Pero recuerda, con una claridad potente, cómo sus cuerpos se fundieron en un deseo tan profundo e incontrolable que ni siquiera las sábanas salieron ilesa