En la oficina se escuchó un largo y pesado suspiro. Karen tenía los ojos grandes y brillantes debido a las lágrimas contenidas en ellos, pero ella se negaba a dejarlas salir. Celia había vuelto a causar problemas y esta vez no había vuelta atrás. Las puertas de la intercesión estaban cerradas y al parecer seria para siempre. Un cuchillo al fuego ardiente se clavó en el pecho de la joven que escucha con amargura al hombre que tanto admira. El decano de la más prestigiosa universidad del país.
El hombre mayor mientras habla mira a la joven que tiene las mejillas coloradas por la vergüenza, él sabe que ella es la que está sufriendo aquella reprimenda y no la que se encuentra mascando un chicle sin ninguna preocupación.
—De verdad, lo lamento mucho, Karen por ti. Porque eres una joven a la cual aprecio mucho y sobre todo mi hija te adora, pero hasta aquí llega la paciencia que le tengo a personas parásitos como lo es ahora mismo tu hermana, Celia Bonilla.
Celia se levantó del sillón donde