Naomi.
—Axel es un amor, de verdad —expresó Malena, estábamos caminando alrededor del jardín de rosas.
Yo me agaché con cuidado, mi panza estaba demasiado grande y me costaba. Tomé una flor con mi mano y la olí.
Era reconfortante, porque el olor de mi madre se desprendía de cada una. No sabía si era una especie de magia o ella diciéndome que estaba conmigo, pero amaba ese espacio que Silas creó para mí.
—N-no es para tanto, gatita —Axel se rascó la nuca.
Él iba con nosotras.
Nunca se despegaba de Malena, a menos que tuviera que trabajar. Ella tenía una habitación al lado de la suya.
—¿Gatita? —Arrugué mi nariz.
—Ay, Silas te dice a ti lobita —Malena enfatizó la última palabra—. ¿Qué tiene de malo?
Me reí.
Retomé mi postura para levantarme y poder verlos a ambos. Ella se aferró al brazo de su chico, se notaba la diferencia de altura. Malena le llegaba por los hombros.
—Simplemente es raro escuchar los apodos románticos de los demás.
—Bueno, le he puesto muchos —confesó Axel