Naomi.
***
—¿Madre? —cuestioné, al verla sentada en el campo de rosas blancas que plantó Silas para mí.
Era obvio que estaba en un sueño, pero la habitación blanca cambió. Estábamos en el patio de la mansión y ella no dejaba de sonreír.
La calma que me transmitía su expresión, me apretujaba el corazón. Me acerqué a ella con cautela.
—Sabía que ibas a lograrlo, hija mía.
Apreté los labios.
—¿N-no te volveré a ver? —Fui al grano.
Si ella estaba tan tranquila, era por algo. Tal vez su tiempo conmigo se había acabado y la diosa le dio la oportunidad de despedirse al fin.
—Es complicado, en primer lugar, yo no debería de estar aquí… —resopló.
Di en el blanco.
Se dio la vuelta y colocó una rosa en mi oreja, su tacto fue cálido y sutil. El nudo en mi estómago se intensificó.
—Cuéntame, madre…
—La diosa Luna me necesitaba, y yo respondí a su llamado —comentó—. Pero ahora necesito descansar, ¿comprendes?
Asentí, mi visión se tornó borrosa por las lágrimas que amenazaban con salir