Capítulo 7

- Soy yo, Mary - Dijo el hombre atrás de mí

- ¿Eduardo? - Interrogué entre lágrimas con el cuerpo frío por los nervios que también me impedían el andar, pregunté porque en realidad estaba muy distinto, no se parecía en nada al hombre que había visto la última vez, cuando desde la ventana de mi casa miré que se subía a una camioneta roja, aun con su sombrero de paja, su pantalón gris doblado hasta la rodilla y su camisa blanca sin abotonar.

El hombre que tenía frente a mí, estaba perfectamente peinado, su barba completamente perfilada, zapatos mocasines negros y brillantes, un vestuario convencional pero administrativo, se veía tan guapo, que olvidé quién era.

Ambos detuvimos nuestras miradas, comprendiendo si en realidad lo que sucedía era verdad o imaginación, esperaba que me dijera que estuvo muchos años esperando por mí, que se riera al verme o que llorara, pero que mostrara cualquier forma de felicidad por verme, yo estaba completamente consternada, mirarlo nuevamente me había devuelto el alma y la alegría, solo deseaba besarlo, tocarlo, explicarle lo que estaba sucediendo y contarle lo que me había pasado durante diez años, sin embargo ocurrió todo lo contrario, suspiró y se abalanzó sobre mí, como un león rugiente en busca de su presa.

- ¿Por qué me traicionaste? ¿Por qué vienes justo ahora, diez años después? - Me gritó mientras me apretaba con furia la espalda, empecé a llorar sin poder defenderme, él siguió sujetándome y llenándome de improperios:

- Dijiste que me amabas, que siempre me amarías, eres igual que tu padre, solo quieren dinero, has venido aquí por el maldito contrato, por eso has venido, no te importa casarte con otro hombre sin conocerlo, solo por tener tu m*****a empresa.

No soporté escucharlo, no estaba comprendiendo lo que sucedía, por qué me lo había encontrado de esa forma, por qué estaba él y no el Señor Liam ni Páter, todo era confuso, mi estado de asombro me tenía muda, pero sus insultos también desataron mi furia, logrando que lo empujara y pudiera separarlo de mí:

- No me jodas, Eduardo, cómo te atreves a insultarme sin siquiera escucharme, no tienes una m*****a idea del infierno que he vivido estos años, quien me debe explicaciones eres tú - Grité mientras él, tirado en el suelo me veía impávido, con ira, con deseo, con amor, con nostalgia, con lo que fuera, pero sus ojos no eran los que yo amé.

Suspiraba demasiado fuerte, mientras mis lágrimas rodaban sin parar, yo solo pude verlo con dolor, no había otra manera de mirarlo.

- Yo a ti no te debo nada, si estoy aquí es por tu culpa - Me gritó nuevamente mientras se levantaba del piso, la secretaria le ayudó a hacerlo.

- Pues si yo estoy aquí también es por tu culpa - Repuse entre lágrimas

- Has venido en busca de un contrato matrimonial con Páter, no por mí - Replicó furioso

- Eso es lo que tú crees, Eduardo, pero no te imaginas siquiera todo lo que he tenido que vivir para poder estar aquí, mi vida ha sido un infierno desde que no te veo, mírate tú, estás perfectamente bien, eres todo un empresario, y yo, Eduardo, yo sigo siendo la misma campesina bruta que su padre manipulaba a gusto y antojo, si estás enterado de lo del contrato también deberías saber que es por su culpa que estoy atada a eso, pero ahora que te  he encontrado no me importa ese maldito contrato ni la empresa ni nada, he sufrido estos diez años por no saber dónde estabas y ni siquiera me imaginé que podía hallarte justo aquí, mira Eduardo qué casualidad de la vida, quien debería estar molesta soy yo, pues si tú trabajas para el señor Liam entonces sabías perfectamente lo que me estaba pasando y no hiciste nada por salvarme, por buscarme - Expliqué con la voz contrita

- No, cállate, joder, no es eso lo que está sucediendo, quien se negó a casarse conmigo fuiste tú, quien quiso que Ernesto me exiliara fuiste tú, así que no te hagas la víctima ahora - Continuó gritando.

- No, Eduardo, a mí también me engañaron - Logré decir con mi voz seca, indispuesta a gritar o a discutir más, pues sé que mis palabras no eran válidas.

Se acercó a mi cara quizá para intimidarme, yo apreté mis labios, llena de vergüenza, bajé la mirada, mi cuerpo temblaba, había esperado tanto este momento, y estaba sucediendo todo lo contrario a lo que imaginé, no pude contener mi llanto, y empecé a sollozar mientras su respiración agitada por la furia llegaba a mi nariz, como un viento caliente que me quemaba el alma.

Supongo que eso logró que tuviera piedad por mí, me abrazó sin decir una sola palabra, sin apretarme, sin más reclamos, y yo continué mi llanto como súplica de su perdón.

- Déjame contar lo que yo sé, déjame entender lo que está pasando, pero no grites más, ni me juzgues, he esperado este momento por diez años, y hoy que finalmente estás frente a mí, es como si no te hubiese conocido nunca - Dije con la voz contrita mientras sus manos acariciaban mi espalda.

Eduardo se apartó de golpe y me dio la espalda caminando rápidamente en dirección a la empresa.

- Sígueme - Gritó sin voltear a verme

Mi cuerpo estaba paralizado, completamente anonadada visualicé su espalda, que me volvía loca, pero no podía moverme, estaba temblando de miedo.

- El CEO ha pedido que lo sigas, ve a su oficina - Me orientó la asistente

- No tengo valor para hacerlo, es como si Eduardo fuese otra persona, lo mejor es que me vaya - Contesté completamente triste, mientras él ignoraba mi presencia, pues ya había entrado a la empresa y posiblemente ya estaba en su oficina

- ¿Es usted la mujer que amó cuando eran adolescentes, con quien iba a casarse? - Preguntó la mujer, sujetando mi maleta para impedirme que huyera

- Sí - Apenas logré decir sin poder mirarla - ¿Usted cómo lo sabe?

- Ummm, pues estos años nos hicimos buenos amigos, pero eso no importa, lo mejor es que vayas a hablar con él - Inquirió caminando también a la espera de que siguiera su paso

- No creo que él quiera hablar conmigo, está cegado de ira - Contesté

La asistente volvió a mirarme con mucha lástima y pena.

- Ey, entra, y habla con él - Pidió animándome

Suspiré y muchas cosas pasaron por mi mente cuando crucé nuevamente la puerta, Eduardo todavía me esperaba en las escaleras.

- Deja eso ahí - Le ordenó a la asistente, ella rápidamente colocó mi maleta cerca de la barra de su oficina.

- Anda, camina rápido que necesitamos concretar el pago de la deuda - Me orientó Eduardo, y eso me provocó más tristeza, comprendí entonces que definitivamente lo había perdido, que el que yo amaba no existía, y que únicamente me había pedido que regresara para concretar el acuerdo no porque le importara mi presencia

- Eso no me interesa, te encontré Eduardo, es lo único que deseaba en mi triste vida - Supliqué a la espera de una respuesta agradable, que me hiciera pensar que todavía existía una esperanza.

- Viniste en busca de eso, sé que es así, tú ni siquiera sabías que yo me encontraba aquí, así que no mientas - Continuó alegando con su furia, si mi amor ya no le importaba entonces no iba a permitir que me siguiera humillando, ya suficiente me había rebajado, pensé, y decidida a olvidarme de que se trataba de él, y a dejar de un lado mis sentimientos, le grité:

- Primero explícame, porque tu secretaria ha dicho que esta no es la empresa del Señor Liam

- Que te apresures, joder, sube ya y lo hablamos, no le des más vueltas a este asunto - Ordenó dándome la espalda nuevamente y caminando ya en dirección a su oficina, decidí subir tras que escuché el golpe de la puerta al cerrarla, cerré los ojos de miedo ante el ruido, subir era como escalar hacia el infierno, ni siquiera era capaz de imaginar lo que sucedería ahí adentro, pero al menos la vida me había permitido verle.

Caminé despacio y toqué la puerta de la misma forma.

- Pasa y siéntate - Dijo al abrir

- Eduardo... - Dije con mi voz baja

- Perdón - Contestó más calmado - Llevo mucha furia acumulada, no esperaba que vinieras hasta aquí

- ¿Qué es lo que ocurre? - Pregunté al sentir confianza en su expresión, aunque lo único que quería era que me viera con amor, con ternura, que estuviera contento de verme

- Es una larga historia - Afirmó sin mirarme a los ojos

- Entonces, anda, cuéntala, hay mucho de qué hablar y muy poco que gritar - Alegué con seguridad, no iba a permitir que volviera a humillarme

-  imaginaba tu rostro distinto, también tu cuerpo, porque ya eres madre, dijo tu padre la última vez que hablé con él - Comentó con su cabeza puesta en el respaldar de su silla que daba vueltas.

-No soy madre, ni estoy casada, ni estoy aquí por dinero - Grité levantándome de la silla - Te han engañado vilmente, como a mí

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