Después de leerlo comprendí, que para amar, primero debía sanar, después de todo, yo al igual que Eduardo, estaba herida, y llena de dolores que no me dejaban pensar ni actuar con razonamiento lógico.
— ¿Cuál es tu decisión ahora? — Me interrogó Lucrecia mientras yo arrugaba la carta con mis manos.
— La misma, trabajaré en mí, en mi autoestima, en mi dolor, buscaré un psicólogo, que me ayude a canalizar el dolor que todo este embrollo me ha causado — respondí segura, al compás de los brazos de Lucrecia que rodeaban mi hombro.
— Bueno y con lo demás qué – preguntó
— También estudiar y trabajar, ver qué hacemos aquí, iniciar de cero, hacer mejores cosas, lograr otras cosas — especifiqué intentando darle tranquilidad
— Mary, te has detenido a pensar en qué pasará con la empresa – inquirió Lucrecia y la angustia volvió de nuevo, pues era algo que había olvidado en su totalidad
— No sé, lo que importa es que ya no está endeudada, después de todo fue lo único que conseguí – comenté