capítulo 6

POV Narrador omnisciente

El portazo del auto fue casi terapéutico.

Luciana se dejó caer contra el asiento del acompañante con un suspiro largo, mientras Dylan rodeaba el auto para sentarse tras el volante.

—¿Sobreviviste? —preguntó él, divertido, mientras arrancaba.

Luciana le dirigió una mirada que decía todo lo que pensaba y más.

—Tu madre... es un tiburón vestido de Chanel.

—Eso fue un elogio viniendo de ella —rió Dylan.

Luciana resopló.

—No es gracioso. Hizo preguntas que no supe responder. Si vamos a seguir con esta farsa, necesitamos una historia mucho más sólida.

Dylan alzó una ceja, mirándola de reojo.

—¿Una historia, eh? ¿Así de comprometida estás con nuestro... noviazgo?

—¡No se trata de eso! —saltó ella, cruzándose de brazos—. Se trata de que tu madre claramente no se va a quedar tranquila. Y en cuanto pueda, te va a hacer interrogatorio nivel CIA sobre mí.

—¿Y? —preguntó Dylan, sonriendo como si disfrutara de su angustia—. Podemos improvisar. Somos inteligentes.

Luciana lo fulminó con la mirada.

—Una cosa es improvisar en un evento lleno de extraños, otra muy diferente es improvisar con tu madre que tiene el olfato de un sabueso.

—Vale, vale —cedió Dylan, levantando las manos en son de paz—. ¿Qué propones, entonces, oh sabia estratega?

Luciana se giró hacia él, seria.

—Debemos crear una historia sólida. ¿Cómo nos conocimos? ¿Cuánto tiempo llevamos saliendo? ¿Dónde fue nuestra primera cita? ¿Qué cosas me gustan y qué cosas no? Detalles, Dylan. Cosas que hacen que una historia sea creíble.

Él la miró un segundo antes de soltar una carcajada.

—¿Te das cuenta de que suenas como si realmente quisieras ser mi novia?

Luciana puso los ojos en blanco, conteniéndose para no lanzarle el zapato.

—Hazlo por ti mismo, Richard. Yo solo quiero conservar mi trabajo y salir de esta comedia lo más limpia posible.

Dylan sonrió de lado, claramente disfrutando el desafío.

—Está bien, preciosa. Nos inventaremos una historia de amor de película.

—Sin lo cursi —advirtió ella.

—¿Y si quiero agregar que nos conocimos bajo la lluvia, en París? —bromeó.

—Te mato.

Ambos rieron. Por un momento, la tensión desapareció, dejándolos envueltos en una complicidad incómoda pero peligrosa.

Una que ninguno de los dos terminaba de querer reconocer.

Mientras se alejaban de la mansión, con el anillo de compromiso falso brillando en la mano de Luciana y una nueva misión entre manos, ninguno de los dos imaginaba que, al final, tal vez la historia que inventaran... no fuera tan ficticia después de todo.

—¿Adónde vamos? —preguntó Luciana mientras el auto se alejaba de la mansión de Victoria y tomaba un desvío hacia la parte alta de la ciudad.

—A mi casa —respondió Dylan con total naturalidad, como si no acabara de lanzar una bomba.

Luciana parpadeó.

—¿A tu casa?

—¿Qué mejor lugar para construir nuestra historia de amor que en territorio neutral? —sonrió de lado, ese tipo de sonrisa que siempre la ponía a la defensiva.

El trayecto no fue largo.

Llegaron a un edificio de departamentos de lujo, de esos que tenían seguridad privada, estacionamiento subterráneo y ventanales que reflejaban el cielo entero.

Subieron en el ascensor, en silencio, con una tensión rara flotando entre ellos.

Esta vez no había otros empleados, ni testigos. Solo ellos dos y sus propios pensamientos.

Dylan abrió la puerta de su departamento y la dejó pasar primero.

Luciana entró con cautela, observándolo todo.

El lugar era amplio, minimalista y elegante. Decorado en tonos grises, negros y blancos, con muebles modernos y algunas pocas fotos familiares estratégicamente colocadas.

Se quitó los tacones automáticamente, como si intuyera que aquel suelo brillaba más que su propia dignidad en ese momento.

Dylan la observó divertido desde la entrada, cruzando los brazos.

—¿Te gusta? —preguntó.

—Es... muy tú —admitió Luciana, paseando la vista por el ambiente pulcro, sobrio y masculino.

Dylan soltó una pequeña risa nasal, antes de añadir, casi como un comentario casual:

—¿Sabes? Esta es la primera vez que traigo a una mujer aquí.

Luciana alzó una ceja, girándose para mirarlo.

—¿Ah, sí?

—Una que no sea mi madre o mi hermana —aclaró, encogiéndose de hombros.

Luciana abrió un poco más los ojos, sorprendida.

No por la confesión, sino porque, de algún modo, lo dijo como si realmente tuviera peso.

Como si significara algo.

Y por un breve, breve instante, una chispa incómoda cruzó entre ellos.

Pero Dylan, como siempre, rompió el momento antes de que se volviera demasiado denso.

—Bueno, no te emociones —bromeó, lanzándole una almohada ligera que ella esquivó con una sonrisa—. Es solo que no soy del tipo que lleva aventuras pasajeras a su espacio personal.

—¿Y yo qué soy entonces? —se arriesgó a preguntar Luciana, aún sonriendo, pero sintiendo el corazón latir más rápido.

Dylan le sostuvo la mirada un segundo más de lo necesario antes de responder:

—Un proyecto muy especial.

Luciana soltó una carcajada para disolver la tensión, pero el calor subiéndole por el cuello era innegable.

—Está bien, "jefe". Manos a la obra —dijo, sentándose en el mullido sofá del living y sacando su libreta.

Dylan la imitó, sentándose a su lado, tan cerca que sus rodillas se rozaban apenas.

—Muy bien, Rivas. —Su voz era más grave de lo normal—. Cuéntame, ¿cómo nos conocimos? ¿Amor a primera vista en la cafetería de la empresa? ¿Choque accidental en el estacionamiento? ¿Te salvé heroicamente de un ladrón?

Luciana lo miró, divertida.

—Si alguien creyera eso de ti, no te conocería.

—Tienes razón —rió él—.

Vamos a tener que ser más creíbles.

Una historia lenta... inevitable... inevitablemente adictiva.

Luciana sonrió, abriendo su libreta.

—Vamos a empezar desde el principio, entonces.

Mientras la tarde caía afuera y las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, Dylan y Luciana se sumergieron en la tarea de inventar un pasado juntos.

Pero lo que ninguno de los dos parecía notar era que, mientras más tejían esa historia falsa... más empezaban a construir algo real.

**

La noche avanzaba, envolviendo el penthouse en un ambiente íntimo y extraño, como si todo lo que habían acordado momentos antes fuera solo una excusa para algo más que flotaba en el aire.

Luciana se levantó del sofá para guardar la libreta en su bolso, pero Dylan, de pie junto a la barra de la cocina, no podía apartar la vista de ella. Había algo en la manera en que su cabello caía suelto sobre sus hombros, en la curva natural de su sonrisa cuando creía que él no la miraba, que lo golpeaba de una forma que no estaba preparado para admitir.

No era parte del contrato.

No era parte del plan.

Sin pensar demasiado, cruzó la habitación en unos pocos pasos. Luciana, distraída, no lo notó hasta que estuvo justo detrás de ella, tan cerca que podía percibir el leve aroma de su perfume, cálido y dulce.

Luciana se giró, sorprendida, quedando frente a él a escasos centímetros.

No dijeron nada.

No hacía falta.

Los ojos de Dylan bajaron involuntariamente hacia sus labios, y Luciana, como hipnotizada, levantó apenas la mirada hasta encontrar la suya. La tensión era tan densa que cualquiera de los dos podría haberla cortado con solo respirar.

Por un instante, Dylan levantó una mano, rozando apenas un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Luciana, acomodándolo detrás de su oreja. El roce de sus dedos fue tan leve, pero al mismo tiempo tan cargado, que Luciana contuvo el aliento.

Todo en su cuerpo le pedía que rompiera las reglas, que la besara allí mismo, que se olvidara de contratos, acuerdos y consecuencias.

Pero justo cuando su pulgar rozó levemente su mejilla, Dylan cerró los ojos un segundo y maldijo por lo bajo.

Se alejó un paso con brusquedad, como si se hubiera quemado.

—Mejor... —Su voz sonó más ronca de lo habitual—. Mejor dejamos las cosas hasta aquí esta noche.

Luciana parpadeó, aún procesando todo.

Dylan se pasó una mano por el cabello, frustrado consigo mismo.

—Hicimos reglas por una razón —añadió, sin mirarla directamente—. No podemos arruinarlo. No todavía.

Luciana asintió, aunque su corazón latía como un tambor descontrolado. Ella también lo sabía: un error podía costarles todo. No solo su contrato, sino también su trabajo, su estabilidad... su fachada perfecta.

—Claro —murmuró ella, recomponiéndose—. Es lo mejor.

Él soltó un suspiro largo, como si hubiera contenido la respiración todo ese tiempo.

—Te llevo a casa —dijo al fin, más tranquilo.

El viaje en el auto fue silencioso, pero no incómodo. Era como si ambos estuvieran demasiado ocupados luchando contra sus propios pensamientos para intentar fingir una conversación trivial.

Al llegar frente al edificio donde vivía Luciana, Dylan apagó el motor pero no hizo el menor movimiento para acercarse. Solo se limitó a mirarla, como si quisiera decir algo pero no encontrara las palabras adecuadas.

Luciana le sonrió, una sonrisa pequeña, sincera.

—Nos vemos mañana —dijo suavemente, abriendo la puerta del coche.

Dylan asintió.

—Mañana —repitió.

Ella bajó, y antes de cerrar la puerta, sus ojos se encontraron una vez más. Una conexión muda, intensa, que ninguno de los dos se atrevió a explorar más.

Esa noche, en sus respectivas camas, ninguno pudo dormir bien.

Y en el fondo, ambos sabían que los próximos tres meses serían mucho más complicados de lo que habían imaginado

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