La mudanza fue más sencilla de lo que Luciana había imaginado. En gran parte, porque no era realmente una mudanza... Sarah se había encargado de absolutamente todo. Cuando Dylan y Luciana llegaron por segunda vez a la nueva casa, ya no estaba vacía. Las cajas de ambos habían sido transportadas, sus ropas colgadas, y sus objetos personales acomodados con un gusto impecable.
—¿Está todo como lo recuerdas? —preguntó Dylan, mientras recorrían los pasillos como si fuera la primera vez.
Luciana asintió, aún con asombro.
—Sí… pero parece más real ahora. Como si de verdad fuera nuestro hogar.
Se detuvieron frente a una de las habitaciones del segundo piso. Era amplia, luminosa, con enormes ventanales que daban al jardín trasero. La cama estaba impecablemente tendida y, sobre la mesa de noche, había una bandeja con flores frescas y una nota: “Bienvenidos a casa. – S”.
—Tu hermana es una loca adorable —murmuró Luciana, recogiendo la nota con una sonrisa.
—Y muy peligrosa con una tarjeta