La jornada en la oficina había sido agotadora. Desde que Dylan y Luciana regresaron de México, las cosas no habían sido fáciles. El ambiente era tenso, las miradas inquisitivas, y aunque ambos sabían que la atención era inevitable tras las fotos filtradas de su boda, no imaginaban que el escándalo los seguiría como una sombra.
Aquel día, apenas salieron del edificio, Dylan tomó la mano de Luciana y dijo con una exhalación cansada:
—Necesito aire. Y una pizza entera para mí solo.
—Me parece justo —respondió ella, apretando su mano.
Subieron al auto sin mucha conversación, dejando que el silencio y la música baja llenaran el espacio. No fue hasta que estaban llegando al departamento cuando el celular de Dylan vibró. Lo revisó con curiosidad, frunciendo el ceño al ver el remitente.
—¿Sarah?
Luciana giró un poco en su asiento.
—¿Tu hermana?
Dylan asintió y leyó en voz alta:
—“Los espero a ambos aquí.” —Luego deslizó hacia abajo y mostró la dirección.
—¿Y eso?
—No tengo idea. S