Guille
Me ficharon como si fuera un criminal. Me trataron peor que un perro, me empujaron, me golpearon, me humillaron y se burlaron de mi dolor.
Me tomaron las huellas, me quitaron el cinturón, las agujetas, el móvil... todo.
—Efectos personales —dijo el agente, y los metió en una bolsa transparente con mi nombre escrito a mano, tirando la bolsa a un lado.
El pasillo olía a humedad y cloro barato. Un tubo fluorescente parpadeaba con un zumbido que se me metía en la cabeza.
—Cruz, celda tres —ordenó alguien.
El cerrojo sonó dos veces. Adentro hacía demasiado frío. Un banco de cemento, una ventanita alta con barrotes por donde entraba una luz que no servía para nada.
Me senté, pero el cuerpo todavía vibraba por la descarga del táser. Cada músculo tenía memoria de esa electricidad.
Cerré los ojos y vi a Juana convulsionando, el paramédico sujetándole la cabeza, la máscara de oxígeno empañándose.
Abrí los ojos de golpe, metiendo la cabeza entre las piernas, como si pudiera forzar el