Capítulo 98
Marco regresó temprano en la mañana a la casa de Nara, pero todo estaba en silencio. La puerta cerrada, las cortinas corridas, ni una sola señal de vida en el interior. Esperó unos minutos, golpeó varias veces con el puño contra la puerta, pero nada. Decidió entonces probar suerte en el departamento de Lina, y allí tampoco encontró a nadie. El eco de su frustración resonó en el pasillo vacío mientras maldecía en voz baja.
Se sentía como un cazador al que la presa se le escapa en el último instante. El enojo lo carcomía. Bajó con pasos pesados, casi violentos, hasta el auto. Daniel lo esperaba con la puerta abierta, pero apenas lo vio subir supo que algo no iba bien. Marco apretaba los dientes, la mandíbula tensa, los nudillos blancos de tanto apretar los puños.
Daniel, prudente, no preguntó. Había aprendido que en los momentos de furia de su jefe, el silencio era su mejor escudo.
El auto apenas se puso en marcha cuando el teléfono de Marco vibró en el asiento. Un mensa