Luca abrió la puerta con un gesto rápido, y la habitación se llenó de su presencia antes incluso de que cruzara el umbral. El aire cambió, denso, cargado, como si todo el oxígeno se concentrara en su figura. Tenía la mirada fija, dura, y cuando sus ojos cayeron sobre la foto que yo sostenía, su mandíbula se tensó.
No esperé a que hablara. Levanté el cartón temblorosa y lo mostré.
—¿Qué es eso? —preguntó sin rodeos, con esa voz que no dejaba espacio a evasivas.
Le mostré la foto y la nota, sin una palabra. Lo vi acercarse, tomar el sobre de mis manos como si le perteneciera. Sus dedos rozaron los míos apenas un segundo, pero me atravesaron como un incendio.
Él observó la foto en silencio, la mandíbula endurecida.
—¿De dónde salió esto?
—Estaba en la mesa cuando volví… alguien entró aquí —respondí, la voz quebrada entre miedo y furia.
Luca levantó la vista hacia mí, sus ojos como cuchillas.
—¿Quién?
—El guardia dice que nadie. Pero alguien lo dejó. Y lo peor… —sentí un nudo en