Se escucharon unos pasos apresurados afuera de la puerta. Al instante, alguien tocó la puerta con fuerza.
—Jefe.
Andrés le echó un ligero vistazo al sonido y luego posó su mirada en los ojos rojos e hinchados de Luna. Las lágrimas de la chica se deslizaban poco a poco por sus mejillas, humedeciéndola. El hombre le secó las lágrimas con ternura y le dijo suavemente:
—Tengo que atender un asunto urgente y pronto volveré.
Dicho esto, se levantó apresurada y se fue. Al ver su silueta, Luna le arrojó una almohada con toda su fuerza por la espalda. Él recibió el golpe, pero esto no le importó. La almohada rodó al suelo y él la recogió muy tranquilo, la sacudió del polvo y la acomodó de regreso detrás de ella. Luna, con sus ojos muy enrojecidos, lo miró con fiereza.
—No me casaré contigo, nunca lo haré.
Andrés acarició su cabello con gran ternura y sonrió:
—Sé obediente, ¿de acuerdo?
Después de que Andrés salió por completo, cerró con cuidado la puerta para evitar que los sonidos afuera afec