Una mente cargada le mantuvo despierto toda la noche. Aun después de que todos le dijeran que estaba bien no estar bien, Vincent no encontraba descanso. De pronto sintió que ya no era Vincent Moretti —el hombre capaz de doblar tratos, fortunas y voluntades a su favor— sino una versión vacía de sí mismo, un titular esperando compasión. El mundo empezaba a mirarlo diferente, y lo odiaba.
Ahora, mientras el Maybach negro entraba en el estacionamiento del tribunal, ya podía ver a la multitud esperándolo: reporteros, cámaras, una oleada de rostros hambrientos apretados contra las vallas. Los destellos de los flashes llegaron antes de que las llantas se detuvieran.
Jennifer estaba a su lado, en silencio, mirando el mundo exterior a través del cristal polarizado. Su reflejo en la ventana parecía un espectro: pálido, frágil y agotado por noches sin dormir. Carlos iba adelante con el chofer, la mandíbula apretada, los ojos atentos a cada lente que se movía. Elena Moretti se mantenía erguida a