MILENA
Me quedé esperando a que mi abuela empezara a hablar, deseando que respondiera a las preguntas que retumbaban en mi cabeza: ¿quiénes son mis verdaderos padres? ¿Siempre tuve este problema de memoria? ¿Cómo me conoció realmente? Tomó mi mano con delicadeza y soltó un suspiro.
—Hija, no sé para qué quieres saber esto —dijo con voz cansada—, pero está bien, te diré cómo te encontré y cómo llegué a conocerte.
Sentí un escalofrío recorrerme. Tenía miedo, pero la necesidad de saber era más fuerte que cualquier temor. Era esto o seguir viviendo con una duda que me carcomía por dentro.
—Milena —comenzó con voz suave—, te encontré en unas escaleras de un hospital hace unos años. Estabas sola, perdida, sin memoria. Cuando te pregunté tu nombre, tu edad, no supiste qué responderme. Dijiste que alguien te había dejado allí, pero estabas confundida. Decidí llevarte a la clínica, y los médicos dijeron que sufrías un cuadro de amnesia severa, tenías las defensas bajas y, además, padecías anem