Eliza

Cuando volvimos a la habitación, me senté, pero mi mente se negó a relajarse. Estaba haciendo un gran esfuerzo por olvidar todo lo demás y concentrarme en Luciano, en nosotros, pero al parecer, mi rostro tenía vida propia. La inquietud se reflejaba en cada línea, como si fuera la portada de una revista titulada Preocupación Semanal.

Luciano, bendita sea su calma, no dijo nada. Solo se acercó al gabinete de comida y bebidas, era un sistema de autoservicio, que honestamente parecía una trampa si eres malo controlando las porciones. Sirvió diferentes tipos de comida y pequeños bocados en nuestros platos, como si estuviera preparando un banquete para una reunión grupal.

Luego tomó dos botellas de vino y las colocó en una bandeja junto con un par de copas, para llevar todo a la mesa. Le sonreí, no pude evitarlo, porque ese pequeño gesto derritió algo dentro de mí.

Se sentó a mi lado y dijo suavemente. —Te traje aquí para que nos divirtiéramos. Siento que alguien como Jason arruinara t