Eliza
Los labios de Luciano se presionaron suavemente contra los míos y, por unos segundos, mi cuerpo se quedó completamente inmóvil, como una estatua alcanzada por un rayo. Mis pobres rodillas se tambalearon, como si acabaran de darse cuenta de lo poco necesarias que eran. Si la pared detrás de mí no me hubiera sostenido, me habría desplomado en el suelo como mantequilla derretida sobre panqueques calientes.
Mi corazón latía tan fuerte que temí que se me saliera del pecho y le diera a Luciano en la cara. Y Dios, mis bragas, el par limpio y fresco que acababa de ponerme, se estaban humedeciendo de manera vergonzosa. Mis dedos se enredaron en su camisa, aferrándose como si temiera que desapareciera.
Estaba completamente perdida y embriagada por ese momento... hasta que claro, mi teléfono sonó.
Salté cuando el sonido cortó el silencio, sacándome de ese trance de cuento de hadas. Jadeé, apartándome de los labios de Luciano, con nuestro aliento mezclado en el pequeño espacio que quedaba e