Eliza
Me reí entre lágrimas. —Estás loca.
—Y tú sigues siendo una de las mejores diseñadoras que he conocido —su tono se suavizó—. Honestamente, ahora tenemos gente excelente trabajando con nosotros, pero nadie hace lo que tú hacías. Cuando te fuiste, perdimos la chispa.
—Estoy oxidada —susurré—. Ya no sé las tendencias. Probablemente, estoy pasada de moda.
—No te menosprecies, querida. —La voz vino desde la puerta.
Alcé la mirada, y ahí estaba Alicia, con la apariencia de alguien salido de una sesión de Vogue, usando un blazer estructurado, un pañuelo de seda y más confianza de la que había visto en años.
—Eres natural, cariño —dijo acercándose para abrazarme—. Nunca dejé de creer en ti. Y ahora, el cielo es tu punto de partida.
Las lágrimas regresaron a mis ojos y con ellas, una nueva oleada de culpa. Yo había rechazado a esas mujeres, permití que un hombre me convenciera de que el amor significaba aislamiento, sumisión y sacrificio. Y ahora, esas mismas mujeres me extendían la mano