Eliza
Por un momento, me rendí. De verdad, lo hice. Me pareció más fácil dejarme ir que seguir viviendo esa vida miserable y humillante en la que todos los que amaba se habían convertido en extraños. Pero conforme pasaban los segundos, comprendí algo aterrador: en realidad, no quería morir, no aún, no así. Solo tenía treinta años, ni siquiera había empezado a vivir de verdad.
Quería hacer algo significativo con mi vida, quería ser feliz. A decir verdad, solo quería despertarme un día sin sentir que era un felpudo andante.
Con renovada determinación, alcancé mi teléfono en el suelo. Por suerte, aún estaba a mi alcance. La vista me daba vueltas y mis extremidades se movían como a través de melaza, pero logré desbloquearlo y buscar el número de Sira. Su nombre era lo único que podía recordar en ese momento: corto, simple, estaba grabado en mi memoria, incluso después de años de silencio.
No hablaba con ella desde hacía una eternidad, así que no sabía qué esperar, pero aún así… tenía esper