Eliza

El sonido estridente de mi despertador me sacó de ese sueño pobre y miserable al que me había rendido. No había dormido mucho, pero quedarme en la cama no era opción. Tenía que ir al gimnasio, no porque quisiera, sino porque sentía que debía hacerlo.

Cuando salí de mi cuarto, la casa estaba tan silenciosa y vacía como la noche anterior. El silencio era casi teatral, como si incluso las paredes fingieran que yo no existía. Entré a la cocina, preparé el desayuno por costumbre, pero ni siquiera me molesté en poner la mesa. ¿Para qué? Alex y Andrés no estaban; seguramente estaban disfrutando de su momentito familiar con la gran mamá Renata.

Como siempre, me refresqué, me puse la ropa de gimnasio y salí. Guardaba la mínima esperanza de que Luciano apareciera de nuevo. Pero claro, no había ningún galán de traje negro ese día. Recordé lo que dijo sobre que si ves a alguien tres días seguidos es el destino. Ja, el destino claramente me ignoró.

Quizá lo dijo por lástima, quizá parecía alg