Eliza
—Gracias… por todo. —Dije.
Luciano tomó la chaqueta de mis manos, sus dedos rozaron los míos. Me miró un largo rato, luego dijo con la voz baja y segura. —No le debes al mundo tu dolor, Eliza. No lo olvides.
Sonrió.
—Quise decir lo que dije antes. Si te veo mañana… —hizo una pausa, con los ojos fijos en los míos—, no finjas que es solo otra casualidad.
Abrí la boca para responder, pero ya él miraba hacia adelante, asintiendo suavemente como sellando una promesa tácita.
—Buenas noches. —Dijo.
—Buenas noches, Luciano. —Respondí.
Salí del auto con mi bolso en la mano y observé cómo el Maybach desaparecía por la carretera, como un sueño hermoso y absurdo del que no estaba lista para despertar.
Cuando me di vuelta, mi cuento de hadas estalló como un globo barato.
Ahí estaba Alex, y por la expresión en su rostro, debí haber cometido un crimen de nivel nacional. ¿Quizá respirar siendo mujer?
Se abalanzó y me agarró la muñeca como si compitiera por el premio al esposo abusivo del año.
—