En cuanto la última caja se había cerrado, fue llevada hasta las tres camionetas que habían venido por sus casas. Rebeca agradeció internamente que su madre haya tenido una cita médica; si no, ¿Qué podría decirle respecto a esas camionetas? Junto con Fabio había empacado todo durante la noche, hablaron sobre cómo le había ido en su desayuno e intuía que tal vez, si seguía teniendo una buena relación con él, no debía preocuparse por pronto tenerlo para ella y así la florista saldría de su camino.
Fabio subió junto con ella a una de las camionetas; él, por alguna razón, quería acompañarla. Decía que no debía confiarse del todo; a pesar de su trato, él seguía siendo un jefe de la mafia y debía andarse con cuidado, y más cuando Rebeca tenía segundas intenciones en este contrato.
Durante el camino permanecieron en silencio, notando lo retirado que estaba; era algo de esperarse en caso de estar en la mira del FBI. Aunque por lo que sabe, Víctor aún se mantiene tranquilo, puesto que ha sabido hacer sus movidas de manera que no altere el orden público.
—Bienvenida, señorita Rebeca… —Lidia es quien abre la puerta de la casa apenas el auto se estaciona. —¿Él es?
—Fabio es el amigo de quien le hablé a Víctor; me ayudará a ordenar todos mis archivos.
—Comprendo… —Lidia lo analiza con mucho cuidado. —Debo intuir que necesitará una oficina.
—Exacto, necesito un espacio para trabajar.
—Bueno, por el momento no le podemos dar ninguna. La única que hay es la del señor Víctor, pero si nos da unos días, habilitaremos una habitación para que sea su oficina.
—Está bien, no hay prisa. Esos sí que, por mientras, estén en un lugar seguro.
—Por supuesto… —Sonríe ante su petición. —Por favor, sígame, le enseñaré la casa y su habitación.
Rebeca y Fabio van detrás de Lidia; ella menciona cada área de la casa por la que pasan. Rebeca observa con atención; la casa era grande, pero no lo suficiente como para perderse. Conocen el jardín y ven el excesivo cuidado que tiene; hay dos jardineros encargándose de él. Rebeca y Fabio se ven entre sí; Víctor no parecía de esos hombres que son amantes de la jardinería, así que debe ser que a cierta “persona” le agrada tanto esta área que por eso es muy bien cuidada.
No puede evitar reír por lo consentida que esa mujer es por Víctor; no podía esperar para quitarle toda esa atención y ver cómo su mundo se derrumba. Continúan el recorrido por el segundo piso; ahí llegan a su habitación, que era muy espaciosa y eso le gustaba. Luego entraron los subordinados dejando todas sus cosas donde ella las pedía; ya luego se encargaría de ordenar a su gusto.
—Espero que se sienta cómoda con la habitación… —dice Lidia.
—Claro que sí, aunque me gustaría que me dijeras si hay algo que deba saber para no molestar a los dueños de casa.
—Los padres del señor Víctor no viven aquí… —responde Lidia, pensando que a eso se refiere.
—Oh, no, hablo de Víctor y su pareja.
—Ah, no, nada de eso. Ella no vive aquí; viene de vez en cuando. Así que relájese, no creo que moleste en nada.
—Muchas gracias, Lidia, espero podamos llevarnos bien.
Lidia asiente y se retira en cuanto han dejado la última caja.
Rebeca mira a Fabio; en todo el recorrido mantuvo su vista en Lidia. Ahora sabía por qué de pronto le había dado por acompañarla cuando él podría haberse ido a su casa a descansar.
—Con que eso es.
—¿Qué?
—Por eso viniste, no te preocupaba que algo me pase. ¡Viniste para verla a ella!
—No entiendo de qué hablas, pero ahora que ya veo que estás bien y dónde estás, me voy.
—¿No me ayudarás a desempacar?
—Suerte.
Fue lo último que escuchó cuando su amigo ya había cerrado la puerta de su habitación. Era inaudito que le hiciera eso; él perfectamente se podía haber quedado a ayudarle. Decidió restarle importancia a lo que había sucedido; ya luego podría sacarle información sobre cómo había sabido sobre Lidia.
La mañana transcurrió y Rebeca solo salía de su habitación para pedir agua o algo de comer; del resto se quedó organizando toda su ropa. Algunas chicas que trabajaban ahí se habían ofrecido a ayudarle con organizar sus cosas, ayuda que Rebeca aceptó porque pronto el cansancio por no haber dormido bien se apoderó de ella. Cayó rendida ante el sueño; habrían pasado como unas tres horas hasta que una de las chicas le informó que Víctor había llegado y preguntado por ella.
Se dio su tiempo para arreglarse y bajar; no sabía a quién vería aparte de Víctor, pero ahora sabía que era un alivio que esa mujer no viviera aquí. Una vez está lista, baja, escucha la voz de una niña y la voz de Lidia.
—Rebeca… —Víctor dice su nombre en cuanto ha cruzado el umbral. —Lamento si he interrumpido tu sueño.
—No, antes te agradezco si dormía de más; me costaría dormir en la noche.
—Entiendo… —Víctor hace un ademán para que tome asiento en el comedor. —Por favor, toma asiento.
Rebeca toma asiento; desde ahí puede ver mejor a la niña y sabe que la ha visto antes. La niña también parece estar sorprendida de verla ahí.
—Bueno, las presento. Alma, ella es Rebeca, es amiga mía y se quedará un tiempo aquí.
—Rebeca, te presento a mi hija Alma, tiene ocho años.
Ambas se miran en silencio; Rebeca recuerda dónde la ha visto y Alma aún sigue en silencio porque jamás imaginó que la amiga que su padre le iba a presentar sería Rebeca Flores.
—Pero si ya te he visto antes, ¿Cómo estás, preciosa?
—¿Cómo así?
Víctor mira a Lidia, que está a su costado. Ella niega saber cómo era posible, por lo que mira a su hija atenta, esperando una explicación.