—No, no está bien. Piensa en Patricia… —se dice a sí mismo. —Es a ella a quien amas.
Su mirada se vuelve a posar sobre el cuerpo de Rebeca. Niega furiosamente y apaga la televisión con la intención de dormirse pronto. Cierra sus ojos, pero su pene palpita; necesitaba atenderse, pero hacerlo con ella al lado no era lo más adecuado. Nuevamente la vuelve a mirar; su mano se acerca a las piernas de Rebeca, las toca con cuidado.
Su mente grita que está cometiendo un error, pero el deseo lo lleva a subir un poco más esa mano, comprobando que no lleva nada puesto debajo. Su respiración se vuelve pesada y siente dolor en su miembro; sabe que no está bien, pero, cegado por el deseo, se levanta como puede, apoyado en sus rodillas sobre el colchón; está frente a Rebeca.
—Debo detenerme o no… —dice, pero sus dedos han tocado con cuidado su zona íntima y de los labios entrecerrados sale un pequeño suspiro.
Rebeca se mueve pero no despierta, pero ella estaba más que despierta; todo este tiempo habí