— ¡Lo mató, lo mató! — Alguien gritó.
— ¡No se mueve!
— ¡Abran espacio, necesita respirar!
— ¡Usted lo atropelló! — Una mujer acusó al conductor que se había acercado.
— No fue así, ¡Él se lanzó! ¡No respetó la luz del semáforo!
— Y ahora, ¿Quién me va a pagar los daños de mi auto? — Preguntó nervioso el dueño del coche en donde Connor había ido a dar.
Audrey se paralizó ante la escena. Connor yacía en el suelo, inconsciente y todo por su culpa. Si ella hubiera apartada la rabia y el orgullo solo para escuchar lo que tenía que decir, él todavía estaría bien, seguramente habrían discutido, le habría “cantado las cuarenta” pero estaría bien, y no tirado en plena ca