La joven se acercó a la puerta y la empujó, pero del otro lado una mano la detuvo con fuerza, impidiéndole el paso.
— No puede entrar aquí — Alguien le dijo con sequedad.
— Soy enfermera del hospital, él es mi… — Las palabras se le quedaron atoradas a mitad de camino porque la otra mujer la cortó en seco antes de terminar la frase.
— No puede pasar, señorita, será mejor que espere allá afuera — Fue todo lo que recibió por respuesta y la puerta se cerró delante de ella impidiéndole el paso, y dejando a la rubia con las manos sobre la superficie lisa y metalizada en donde muchas personas antes de ella habían dejado sus ilusiones, sus sueños y las esperanzas de volver a ver con vida a sus seres queridos.
Audrey retrocedió dando traspiés hasta pegar su espalda a la pared, sentía cómo las gotas