Gloria caminaba con paso firme, luciendo un traje caro y unas gafas oscuras. Su esposo la seguía, cargando una carpeta con documentos. Ambos se dirigían a la aseguradora, acompañados por su abogado personal.
El rostro de la mujer reflejaba seguridad… o eso creía ella. Estaban convencidos de que aquella reunión les traería buenas noticias. Por fin podrían acceder al dinero del seguro de vida del difunto don Esteban Smith.
Tenían planes: vacaciones, ropa nueva, joyas, una vida más cómoda por al menos cinco años.
Pero lo que les esperaba era una amarga sorpresa.
El representante de la aseguradora los recibió con cordialidad, estrechó las manos y los condujo a una sala privada.
—Gracias por venir. Hemos revisado todos los documentos. —El hombre abrió una carpeta con movimientos tranquilos, profesionales—. Sin embargo, hay algo que deben saber antes de continuar.
—¿A qué se refiere? —preguntó Gloria, cruzándose de brazos, irritada por la pausa dramática.
El hombre tomó aire, luego deslizó