Mariam estaba sentada junto a la cama del abuelo, con la mirada perdida y los ojos enrojecidos de tanto llorar. Sus dedos apretaban con suavidad la mano del anciano, como si su calor pudiera impedir que se apagara. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, solo sentía que su mundo se derrumbaba lentamente.
La puerta de la habitación se abrió de golpe, haciendo que el corazón de Mariam se sobresaltara. Kitty entró apurada, con el rostro cubierto de lágrimas... aunque sus ojos, si se miraban bien, no mostraban más que frialdad contenida tras una máscara perfecta.
—Abuelo… ¿qué fue lo que sucedió? —lloró lastimosamente—. Por favor no nos dejes…
Se acercó a la cama con fingida ternura, acariciando el brazo del hombre inconsciente, pero pronto su mirada se desvió hacia Mariam. Al ver el periódico sobre la mesita de noche, su semblante cambió sutilmente. Era el mismo que ella había llevado esa misma mañana.
—Todo esto es tu culpa —espetó, con un tono venenoso mientras agarraba el periódico—. ¡El