Gabriel estaba en plena reunión cuando la noticia le llegó como un puñetazo directo al pecho. El aire mismo pareció volverse denso; el corazón le latía con fuerza en la garganta. Se levantó de la mesa, se disculpó con voz temblorosa y salió prácticamente corriendo del lugar. Todo a su alrededor quedó en segundo plano: daba igual el acuerdo, las cifras o las miradas; ahora lo único que importaba era Mariam. Debía cuidarla. Ahora ella estaba en peligro y él no podía ayudarla desde un salón de juntas. Tenía que moverse.
En la entrada del edificio, Demian miró a su hermana caminar en su dirección, acompañada por su equipo. Sus años en el ejército quedaban atrás en la vida civil, pero en ocasiones como esa su disciplina resucitaba: el paso firme, la mirada calculadora, la postura que imponía respeto. Sofia llevaba uniforme mental: nadie más decidiría por ella.
—¿Qué se sabe? —preguntó sin rodeos, como quien avanza a lo práctico ante lo insoportable.
—Nada —respondió uno Demian —. Se