Las puertas del hospital se abrieron con un chirrido, y Claudia entró como si el lugar le perteneciera. Su andar era arrogante, la cabeza en alto y su sonrisa, venenosa. Como si supiera algo que los demás no.
Pero apenas puso un pie en la sala de espera, el ambiente se tensó como una cuerda a punto de romperse.
—¡¿Qué haces aquí, maldita zorra?! —gritó Sofía, poniéndose de pie de inmediato, con los ojos encendidos por la furia—. ¡Tienes novio! ¡Eres una desvergonzada!
La voz de Sofía retumbó como un disparo. Todos los presentes voltearon a mirar.
Claudia ni se inmutó. De hecho, sonrió.
—Soy su exesposa… y aún legalmente su esposa, para lo que importa. Me pidió que viniera a verlo —dijo con una sonrisa fría, como si aquella mentira fuera una verdad absoluta.
—¡Eso no es cierto! —exclamó la señora Elizabeth, levantándose con el rostro endurecido. Su presencia imponía respeto—. ¡Demian no haría algo así! ¡No después de cómo lo dejaste cuando más te necesitaba!
Claudia fingió una expresió