El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. La brisa marina acariciaba los rostros, y el sonido de las olas marcaba el ritmo de aquella tarde de respiro. Mariam estaba sentada sobre una manta extendida sobre la arena, descalza, con la vista perdida en el mar. Disfrutando de un poco de tranquilidad. A su lado, Azucena sostenía una botella de agua fría entre las manos, mirando de reojo a su amiga.
A unos metros de distancia, Sofía corría tras el pequeño Liam, que reía a carcajadas mientras las olas apenas tocaban sus piececitos. Su risa era contagiosa, tan limpia, tan inocente, que hizo sonreír incluso a Gabriel, quien los observaba de pie con las manos en los bolsillos y una expresión serena.
—Sofía está enamorada de tu hijo —comentó Azucena divertida—. Creo que ya lo adoptó como propio. Se ve tan feliz.
Mariam rió suavemente, sacudiendo un poco la cabeza. Sus cabellos oscuros se agitaban con el viento.
—No la culpo —susurró—. Liam es lo