No puedo evitar notar cómo todos en la sala lo miran, especialmente Karen y la maquilladora, prácticamente babeando por mi hombre.
Ni siquiera se esfuerzan por disimularlo un poco, lo juro. Estoy desesperada por darle ese maldito suéter para que se lo ponga de una vez. ¿Por qué demonios está tardando tanto?
Y justo como si me hubiera escuchado telepáticamente, en ese momento me mira y termina de ponerse la prenda lentamente.
Lo está haciendo a propósito. ¡Lo hizo a propósito! Idiota, ¡voy a matarlo! Lo juro.
Primero por idiota, y luego por hacerme sentir esta horrible sensación y estos celos terribles como una especie de venganza.
Mi rostro está lejos de mostrar felicidad ahora, y apuesto a que no tengo una expresión agradable cuando la alegre maquilladora baja la mirada avergonzada al notar que la estoy observando.
El descarado estilista, cuyo nombre ni siquiera sé, la llama para que le aplique polvo compacto al idiota, con el fin de evitar que su rostro brille demasiado en las fotos