—Gérard, te amo —dije sin pensarlo.

—¿Me amas, mi amor? —preguntó con una voz que me derritió el corazón, como si no pudiera creer lo que acababa de decirle.

—Sí, te amo, Gérard Durand —repetí. Ya no podía ocultar los fuertes sentimientos que sentía por él—. Te amo tanto.

No esperé ni un segundo más para besarlo.

—¿Sabes cuál es mi mayor miedo, mi amor?.

—¿Tienes miedo de algo? —respondí con una mueca.

—Todos tememos algo, por muy cabrones que parezcamos por fuera.

—¿A qué le temes? —le pregunté con curiosidad.

—A que te alejes de mí —respondió.

—Eso no sucederá —le aseguré, llevando mis manos a su rostro.

—¿Lo prometes?.

—Lo prometo.

—Me tienes rendido a tus pies —dijo, sacudiendo la cabeza y riendo, lo que me hizo sonreír también, ya que él me volvía igual de loca.

Involuntariamente, mientras intentaba acercarme a él y volver a unir nuestros labios, en el movimiento, hice que nuestras dos partes se rozaran, lo que nos provocó a ambos un suspiro instantáneo de satisfacción, al sentir