Gérard
Sentí que el aire se me escapaba y la sangre abandonaba mi cuerpo. ¿Estaba Juliette embarazada, o aquella noche… no había sido una broma?
Me sentí terrible porque mis malditos temores me habían hecho reaccionar de la peor manera, y ahora que sabía que había una criatura en su vientre… deseaba tanto conocerla, cuidarla.
Las lágrimas me inundaron los ojos. Necesitaba salir de ese lugar y disculparme con Juliette. Me sentía culpable, porque cuando ella mencionó ver a un médico, probablemente era una visita al ginecólogo.
—¿Dónde está? ¿Cómo supiste lo de mi hijo? —exigí.
—Tu patética Juliette está con Damien, y en cuanto a tu hijo, lo escuché allí —sonrió ampliamente—. Tienes el descaro de enterarte recién ahora. ¿Acaso tu amada no te lo contó?
—Basta y dime qué quieres, maldita sea —ya había tenido suficiente de ella.
—Cálmate y deja de insultarme —dijo con seriedad—. Verás, si doy la orden, él acabará con su vida. Más te vale obedecerme, cariño.
—¡Maldita seas, Alice! ¡Ay de ti