—¿Cuál es su emergencia? —escuché provenir del teléfono cuando Diane lo puso en altavoz.
—Hola, necesito ayuda —la oí jadear—. Mi hija... mi hija estuvo sumergida en la bañera y no respira, por favor necesito que vengan rápido.
—¿Sabe aproximadamente hace cuánto tiempo dejó de respirar? —le pregunta el operador.
—No lo sé... no tengo idea.
—¿Ha intentado ya reanimación cardiopulmonar?
—La estamos haciendo, pero no responde.
—De acuerdo, señora, le voy a pedir que me dé su dirección exacta —solicitó, y Diane lo hizo.
«Vamos, muñeca, reacciona, por favor reacciona», pienso, dándole otra vez respiración boca a boca.
—Muñeca, por favor, tú puedes hacerlo —digo en mi mente, sin detener las compresiones en su pecho, con el sudor cubriendo mi frente por todo el esfuerzo físico que he aplicado.
—Juliette, no mereces esto, y no puedes dejarme —expreso con lágrimas corriendo por mi rostro—. Tú eres la hermana que me dio el regalo de la vida y esta sin ti no tiene sentido, muñeca. ¡Julie!
Grito