Joaquín
Cuando llegamos al hospital, algo no se sentía bien.
Había dos oficiales de policía apostados en la puerta de la habitación de mi madre
Mi pecho se apretó al instante. Solté la mano de Camila y di un paso adelante, llegando primero frente a ellos.
—Disculpe, —dije, acercándome a uno de los oficiales—. Soy el hijo de la mujer que está en esta habitación.
Intenté pasar, pero el oficial me miró con cara de pocos amigos antes de hablar.
—Lo siento, señor, pero no podemos dejarlo pasar en este momento.
—¿No pueden...? —repetí, mi tono subiendo por la frustración y la antipatía del oficial—. ¡Es mi madre!
Camila se acercó, colocando una mano en mi brazo intentando calmarme.
—¿Está todo bien? —preguntó con su voz más suave, pero cargada de preocupación.
—Está siendo atendida, —respondió otro oficial, una mujer de rostro inexpresivo—. Pero no podemos permitir que entren hasta que recibamos autorización.
Intenté mantener la calma, pero las palabras "no podemos permitir que entren" re