FelipeLlevaba apenas quince minutos parado en este lugar y ya estaba seguro de que esto había sido un error monumental. —En serio, ¿Felipe? —preguntó Romina, cruzando sus brazos.Traté de mantener la poca dignidad que me quedaba al ver el rostro de desagrado de todos.—¿Qué tiene de malo? —dije, señalando los juegos—. ¡Es una plaza de juegos! Ellos son niños, deberían hacer estas cosas.Nathan se cruzó de brazos y negó con la cabeza, aburrido y fastidiado.—Qué idiota —murmuró Amy.—Vamos, chicos, —dije, poniendo las manos en las caderas—. Pueden correr, saltar… ya saben, cosas de niños.Corrí al juego y subí por las escaleras.—¡Esto es divertido! —solté dejándome caer por el tobogán.—¿De verdad trabaja para mí tío? —se burló Samuel con descaro.Romina se cubrió la cara con una mano, avergonzada, y dejó escapar un suspiro largo.—Felipe, —dijo, bajando la mano para mirarme—. Los niños son adolescentes. ¿De verdad crees que quieren tirarse por un tobogán?Volví a su lado, sacudiend
Felipe Romina me arrastró fuera del salón de manicura. Su mano estaba aferrada a mi muñeca, y aunque yo era más grande, en ese momento sentí que no tenía poder alguno sobre la situación. Ella mandaba, y yo solo seguía como un perro fiel.Antes de salir, le lanzó una última mirada a Amy. Ella estaba sentada en una de las estaciones, sonriendo mientras la muchacha le aplicaba un esmalte de color violeta oscuro. —Vamos a enviarle el video a Joaquín, —le dije en cuanto estuvimos fuera, bajando la voz para que nadie más nos escuchara.Romina negó con la cabeza de inmediato, sin siquiera titubear.—No, Felipe. Ahora están con doña Angélica. Es mejor esperar a verlos en persona.—¿Por qué? —pregunté, frustrado—. Joaquín necesita saber esto ahora mismo. Esa mujer está jugando con él y…Ella levantó una mano para callarme, sus ojos clavados en los míos.—Porque, si le enviamos esto ahora, papacito chef va a explotar. ¿Quieres que haga algo impulsivo mientras está en el hospital?Abrí la bo
Socorro Había intentado llamar a Ramiro al menos cien veces en las últimas dos horas, y nada. El maldito no respondía. Me recargué en el respaldo de la silla de mi comedor, con una copa de vino casi vacía entre los dedos, mirando por la ventana de mi departamento.No había ninguna noticia. Ninguna. Ni un maldito titular, ni siquiera un rumor. ¿Qué estaba pasando? Si Ramiro hubiera hecho su trabajo como se lo pedí, ya debería haber algo en las noticias sobre la muerte de mi mamá. ¿O acaso el idiota la había dejado con vida?Apreté los labios, sintiendo una mezcla de frustración y ansiedad. Tal vez la prensa estaba esperando confirmar los detalles antes de dar la noticia. Tal vez, cuando menos lo esperara, vería un titular que dijera algo como: "Tragedia en el hospital: la poderosa Angélica Hernández de Salinas muere tras un ataque al corazón."Solo de pensarlo, un estremecimiento de satisfacción recorrió mi cuerpo. Necesitaba leer ese titular. Ella siempre había apoyado a Joaquín
Camila Me senté al borde de la cama de mi suegra.Me sentía agotada. Las últimas 48 horas me estaban pasando factura, y no quería intoxicarme con el café del hospital.Levanté la mirada para verla. Era difícil imaginar que alguien quisiera hacerle daño. Peor aún que ese alguien fuera su propia hija.Ella apartó la vista de su hijo y me devolvió la mirada. Tomó mi mano, apenas apretándola.—No tienes que sentirte mal por lo de Socorro, hija, —me dijo con una voz tranquila—. Lo que hizo no tiene justificación, y es mi culpa por haberle permitido tanto durante todos estos años.¿Qué podía decirle? ¿Qué no era su culpa? ¿Qué yo tampoco entendía cómo alguien podía ser tan cruel?Joaquín, mientras tanto, estaba de pie junto a la ventana, hablando por teléfono con un tono autoritario que, si soy sincera, me estaba poniendo cachonda.—Quiero que sea un equipo completo, —decía, con el ceño fruncido—. Dos guardias en cada turno, las 24 horas. Nadie entra sin autorización.Lo miré de reojo, sin
CamilaMis piernas flaquearon al escuchar esas palabras. Mi mirada se clavó en Joaquín, esperando su reacción, temiendo que esto fuera demasiado incluso para él.Pero él intentó no demostrar nada. Aunque sí ví que sus ojos se estrecharon, y su postura, aunque parecía relajada, emanaba una tensión peligrosa. Dio un paso más hacia Gustavo, cerrando la distancia entre ambos.—¿Custodia completa? —repitió con una calma que solo hizo que la amenaza en sus palabras fuera más evidente—. Déjame preguntarte algo: ¿en qué universo crees que tienes derecho a reclamar algo cuando nunca estuviste ahí para ellos?Gustavo pareció dudar por un segundo, pero rápidamente alzó la barbilla, tratando de recuperar algo de control.—Soy su padre biológico, —respondió, como si esas palabras fueran suficientes para justificarlo todo—. Y ahora que estoy aquí, puedo ofrecerles una vida mejor.Joaquín soltó una risa fría, dando un paso hacia atrás, midiendo cada palabra que fuera a decir.—¿Una vida mejor? —rep
Amy—Nos vamos —dijo el hombre que solo había entregado su esperma para que mi hermano y yo naciéramos.Nathan levantó la cabeza, abriendo la boca para decir algo, pero le puse una mano en el brazo, apretando.—No, —le susurré para que solo él escuchara—. No digas nada.Él me miró con el ceño fruncido; sin embargo, entendió. Este hombre no era alguien con quien discutir.—Vamos, —repitió sin paciencia, señalando la puerta.Caminamos detrás de él en silencio, yo sosteniendo la mano de Nathan con fuerza. Cuando salimos de la habitación, noté que ya no había nadie afuera. Ni Joaquín, ni la tía, ni siquiera Felipe o Romina. Estábamos solos con el donador de esperma.Nos llevó a la salida del hospital, donde un auto azul con vidrios polarizados nos esperaba. Un hombre alto y con cara de pocos amigos nos abrió la puerta de atrás, y Gustavo nos hizo señas para que subiéramos.Nathan miraba por la ventana, sus labios apretados, mientras yo intentaba entender cómo habíamos llegado a esto.Des
Nathan Me desperté mucho antes de que el sol saliera, con una sensación de emoción y nervios en mi pecho. Este lugar apestaba, no literalmente, pero lo sentía como una prisión elegante. "No vamos a quedarnos mucho tiempo," pensé alistándome, "eso es seguro."Amy estaba sentada en la cama, sus ojos parecían brillar en la oscuridad.—¿Listo? —me susurró.—Listo, —respondí, ajustándome la camiseta mientras me ponía de pie.Habíamos planeado todo anoche, aunque me había costado convencerla de que algunas de mis ideas eran geniales. Ahora, era el momento de actuar.Amy bajó a la cocina para empezar su parte del plan, mientras yo iba hacia la habitación de él susodicho y la bruja de Morgana. Abrí la puerta de su habitación con cuidado, apenas lo suficiente para meterme adentro. El donador de esperma roncaba como un tractor, y la bruja con patas de gallina estaba a su lado. Casi solté un grito cuando la vi. Parecía una momia por lo rígida que estaba, la cara embarrada con una crema asqu
Nathan Entramos justo para ver a la bruja sirviéndose un vaso de jugo de naranja. Una empleada se movía rápidamente por la cocina, llevando un par de tazas de café para Gustavo y Lucía.—Siéntense —ordenó nuestro donador, todavía haciendo muecas mientras se rascaba.Nos sentamos en la mesa, observando cómo se llevaba el vaso a los labios. Solo de saber lo que tenía ese jugo hizo que me mordiera el interior de las mejillas para no soltar una carcajada.—¿Qué miran? —preguntó la vieja bruja con el ceño fruncido.Antes de que pudiéramos responder, su expresión cambió.Frunció el entrecejo, bajando el vaso lentamente mientras lo miraba con sospecha.—¿Qué mierda es esto? —murmuró.Amy y yo nos esforzamos al máximo por mantener nuestras caras serias. Nuestro supuesto padre se sirvió su café mientras seguía rascándose disimuladamente la entrepierna, ignorándola.—¿Qué pasa? —preguntó, mirando a Morgana mientras ella volvía a oler el jugo.—Esto… sabe raro —respondió, frunciendo los labio