Felipe
Llevaba apenas quince minutos parado en este lugar y ya estaba seguro de que esto había sido un error monumental.
—En serio, ¿Felipe? —preguntó Romina, cruzando sus brazos.
Traté de mantener la poca dignidad que me quedaba al ver el rostro de desagrado de todos.
—¿Qué tiene de malo? —dije, señalando los juegos—. ¡Es una plaza de juegos! Ellos son niños, deberían hacer estas cosas.
Nathan se cruzó de brazos y negó con la cabeza, aburrido y fastidiado.
—Qué idiota —murmuró Amy.
—Vamos, chicos, —dije, poniendo las manos en las caderas—. Pueden correr, saltar… ya saben, cosas de niños.
Corrí al juego y subí por las escaleras.
—¡Esto es divertido! —solté dejándome caer por el tobogán.
—¿De verdad trabaja para mí tío? —se burló Samuel con descaro.
Romina se cubrió la cara con una mano, avergonzada, y dejó escapar un suspiro largo.
—Felipe, —dijo, bajando la mano para mirarme—. Los niños son adolescentes. ¿De verdad crees que quieren tirarse por un tobogán?
Volví a su lado, sacudiend